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Actualizado: 22 de junio de 2025
»Nuestro hermano no tenía derecho alguno á oponerse, pero sintió grandemente que su pobreza no le permitiese sufragar los gastos de los estudios de Juan; á los tres días abrazó llorando á nuestro rapazuelo, que partió acompañado de su ayo y llevando en el bolsillo algunos ducados de que nos desprendimos sin dolor Jerónimo y yo, aunque no nos quedaban otros tantos.
¿No ves que estás dando un espectáculo? ¿Estás loco? murmuró en voz bastante baja para que sólo de mí fuera oída, pero con una vivacidad en la expresión que me llenó de espanto. Aun estuve algunos momentos retenido por sus brazos; luego gané la puerta con él y al llegar a ella me desprendí de su violento abrazo.
Marta sorprendió aquel gesto, y llamándole a solas al pasillo se abrazó a él sollozando: ¡Don Máximo de mi vida, por Dios, cure usted a mi madre!... ¡Sí; mi madre se muere..., sí..., se muere!... Yo le he visto a usted hacer un gesto...
Mucha gana tengo de dar un abrazo á la chacha Ramoncica, aunque, dicho sea entre nosotros, yo quería más á la pobre chacha Victoria. ¡Qué noble mujer aquélla! Aseguro á V. que no he hallado igual mujer en el mundo. Si la hubiera hallado, no sería yo solterón. En este punto he sido poco feliz. No he hallado más que mujeres ligeras, casquivanas, frívolas y sin alma.
Ello es que fui aplaudido a rabiar, que la Directiva me abrazó con efusión al concluir; las señoras, al marcharse, me dirigían miradas de curiosidad, y que sudé como un caballo de carrera y me bebí una cantidad prodigiosa de agua azucarada.
¡Allí están! gritó Leocadia y, dirigiéndose hacia la puerta, bajó la escalera rápidamente hasta el portal, donde abrazó a Tirso, mientras Pepe decía: Ya le tenemos aquí: vamos, vamos arriba. Doña Manuela les recibió con los brazos abiertos en el descansillo del principal; y como don José se hubiese quedado solo, con las puertas abiertas, se le oía gritar, alterada la voz: ¡Tirso, Tirso!
El día que se hizo doctor, y fué justamente acabados de cumplir los veintiún años, la pobre Isabel experimentó una de esas alegrías sólo comprensibles para las madres. Le abrazó derramando un raudal de lágrimas. Mamá le dijo Raimundo . Estoy ya en aptitud de hacer oposición a una cátedra.
La mirada del hombre no pudo hablar mejor; el silencio de la mujer no pudo decir más. Al entrar Josefina estrechó a Lázaro la mano y abrazó a su madre. De allí a poco el cura y la niña conocieron que Margarita quería estar sola, y saliendo cada uno por distinto lado, la dejaron.
Y sin atender a más, salió del portal el aturdido Marquesito. Petra ya estaba dentro, en el patio, haciendo como que no oía. «Ya sabía a qué atenerse; era aquel. Por lo menos aquel era uno. El Marquesito la había entretenido a ella para dejar solos a los otros. Se le conocía en que estaba tan frío. No le había dado ni un mal abrazo en lo obscuro». Escuchó.
Aquella noche dije a mi padre mi deseo de aprender a montar. No quise ocultarle que Pepita me había excitado a ello. Mi padre tuvo una alegría extraordinaria. Me abrazó, me besó, me dijo que ya no era Vd. solo mi maestro, que él también iba a tener el gusto de enseñarme algo.
Palabra del Dia
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