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Actualizado: 16 de junio de 2025


Fingían sorpresa al verla, la abrazaban, admiraban su traje, hacían elogios de su hermosura, le pedían datos sobre las últimas modas, y escapaban, procurando no tropezarse con ella otra vez. Ojeda la conocía vagamente. Su marido había sido de «la carrera», un antiguo plenipotenciario que actualmente vegetaba retirado en una ciudad de provincia.

Dante a los nueve años escribía versos a la niña de ocho años de que habla en su Vida Nueva. A los diez años lamentó Tasso en verso su separación de su madre y hermana, y se comparó al triste Ascanio cuando huía de Troya con su padre Eneas a cuestas; a los treinta y un años puso las últimas octavas a su poema de la Jerusalén, que empezó a los veinticinco.

Creo necesario hacerle saber que desde entonces decidimos suprimir todo Hombre-Montaña que apareciese en nuestras costas. Gillespie, á pesar de la tranquilidad con que estaba dispuesto á aceptar todos los episodios de su aventura, se estremeció al oir las últimas palabras. Entonces, ¿debo morir? preguntó con franca inquietud.

¡Si te imaginases cuánto estoy sufriendo! le dijo Beatriz . No se hace un movimiento, no se pronuncia una palabra en esta casa que no sea para un martirio... ¿y vas a dejarme sola? , te dejo, hija mía... pero mañana, desde muy temprano, me tendrás aquí. Debo dejaros solos en estas últimas horas... Os abandono a la inspiración de vuestros corazones... ¡Hasta mañana!

Las zarpas del tío lo exponían de pie ante las bocanadas de aire salitroso que entraban por la ventana. El mar estaba obscuro y velado por una leve neblina. Brillaban las últimas estrellas con parpadeos de sorpresa, prontas á huir. En el horizonte plomizo se abría un desgarrón, enrojeciéndose por momentos, como una herida á la que afluye la sangre.

Al pronunciar estas últimas palabras, el rostro de Doña Blanca tomó una expresión sublime de dolor; sus mejillas se tiñeron de carmín ominoso como el de una fiebre aguda; dos gruesas lágrimas brotaron de repente de sus ojos.

La condesita me pidió en albricias que le dedicase una de las poesías que de vez en cuando publicaba en La Ilustración Española, a lo cual cedí con gusto. No obstante, aquellas últimas palabras despertaron en mi mente un pensamiento cruel.

En alguna de estas últimas, la alta chimenea indicaba, que bajo su negro tubo se aprisionaban las múltiples fuerzas del vapor.

La cual, después de contemplarle con cariñosa avidez unos momentos, añadió: Pues yo : «¡A ella, Cornias; a ella solaMal andaba yo de fuerzas entonces, ¡muy mal!... no podía andar peor; pero me hubiera atrevido a jurar que estaba usted gastando las últimas en ponerme en manos de Cornias... ¡Ay, Leto!

Estaba tan satisfecho de haber hablado, que las lágrimas, la turbación, la emoción silenciosa y profunda de las dos mujeres, abrazadas y oprimidas una contra otra como queriendo formar una sola persona, me halagaban más que al orador elocuente los aplausos de la multitud y el delirio del triunfo. Las últimas palabras las solté como se echa fuera algo que nos ahoga.

Palabra del Dia

vorsado

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