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Pero compuso dos obras porque merece ser más estimado. La primera es el Arte de la pintura, su antigüedad y grandezas. En lo que se refiere a las relaciones del arte con la religión esta fundada en la doctrina y consejos de los amigos jesuitas que le ayudaron en su trabajo, y en lo que toca a la practica es un reflejo de las ideas de los tratadistas neoplatónicos de Florencia.

En lo que se refiere a lo externo del arte, medios de expresión, procedimiento, condiciones personales, nuestros tratadistas y pintores siguen influidos por el saber de los extranjeros: unos, como Luis de Vargas, imitan a Rafael; otros, como Pantoja, siguen a Antonio Moro: el Greco, aunque permaneció aquí tantos años, no renegó de su culto a Venecia.

Los grandes tratadistas anunciaron desde el principio que la guerra terminaría en el otoño de 1918. Era cosa sabida. Yo lo he dicho siempre, y usted, Lewis, me lo ha oído muchas veces. Su admirador hace un gesto de extrañeza. Pero no puede poner en duda la ciencia de su sabio amigo, y prefiere admitir que es él quien ha olvidado las afirmaciones del otro. Además, no debió entenderlas.

Llevaban guindaste al pie del palo mayor con su correspondiente cabillero y cornamusas para afirmar los cabos de maniobra. En el Museo naval existe un modelo de nave, de autenticidad garantida, con firma del año 1523 y en él se han estudiado estos y otros muchos detalles que no es posible apreciar en los dibujos y que por insignificantes omiten los tratadistas de construcción naval.

También con una diferencia, Melchor. ¿Cuál? Que esos tipos dan, si acaso, un buen consejo cada cien años, mientras que en un buen texto de moral encuentras cien preceptos por página. La razón está en que esos tratadistas son acopiadores de máximas que reeditan modernizándolas, mientras que nadie se ocupa en coleccionar las que a millares circulan entre nuestra gente de pueblo. ¡A millares!...

Dejando que su hermano se arreglara como pudiese con los demás tratadistas de derecho público, abandonó el café con ánimo de irse derechito a su casa. Atravesó la Plaza Mayor, desde la calle de Felipe III a la de la Sal, y en aquel ángulo no pudo menos que pararse un rato, mirando hacia las fachadas del lado occidental del cuadrilátero.

Tal era el concepto que de la pintura tenían los escritores sagrados y los tratadistas especiales. Estas doctrinas arraigaron con tal fuerza que un siglo más tarde todavía se revelan en rasgos de superstición y fanatismo.

Como podrán observarlo los que hayan estudiado los fenómenos de lo que se llama del magnetismo animal, las ideas y las imágenes se hallan estrictamente ajustadas á la verdad científica, y á las teorías mas ó menos dudosas de sus tratadistas. Llore tambien el mísero mendigo Y el desvalido en miserable lecho, Cayó sin vida el que con voz de amigo Defendiera su pan y su derecho.

En ciertos momentos, el coronel sintió dudas al escuchar cómo su contrincante formulaba verdaderas herejías, revelando una ignorancia absoluta de los grandes tratadistas que han codificado los encuentros entre caballeros. ¡Y este hombre había asistido á más de cien lances de honor!... Después se asombró de la prontitud con que se apropiaba los textos citados por él, de la agilidad con que se había asimilado sus clásicos, volviéndolos al revés, en apoyo de sus afirmaciones.

Los tratadistas de las bellas artes participaban de las mismas ideas; pues si bien los del siglo XVI, unos como Francisco de Holanda, se postraban ante el genio de los italianos, y otros, como don Felipe de Guevara, preferían a todo los restos del arte pagano, en cambio los del siglo XVII sin dejar de entusiasmarse con Rafael y el Vinci, declaran categóricamente que el objeto principal de la pintura es la glorificación de la fe.