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Los que estaban lejos se incorporaban para escuchar, apoyándose en la mesa o en el hombro del más cercano. Recordaba el cuadro, por modo miserable, la Cena de Leonardo de Vinci. La atención profunda del auditorio, el interés que se asomaba a las miradas y a las bocas entreabiertas, sedujeron al Tenorio de Vetusta, le halagaron y habló como podría hablar sobre el pecho de un amigo.

El Museo de pinturas es tambien notable: la sala italiana contiene cuadros de Andrea del Sarto, Ticiano, Verones, Vinci y otros; que al emperador de Austria le ha sido muy fácil adquirir merced á su dominacion en Milan y Venecia.

Recuerdo además un Bodegón, de Velázquez; una Santa María Egipciaca, de Rivera; una Cena, de Vinci; una Cabeza de San Francisco y un San Pedro Advíncula, del dicho Rivera; nueve cuadros de la Vida de la Virgen, de Lucas Jordán..... y, en fin, una multitud de lienzos notables, si no de primer orden, de Palomino, Zurbarán, Murillo, Vandik, Rubens, Valentín Díaz, etc.

A veces pintaba el Padre el florecimiento de las artes, y encomiaba las obras pasmosas de Leonardo de Vinci, de Rafael y de Miguel Ángel, que venían a eclipsar las obras del arte antiguo, o a competir al menos con las que resurgían y se extraían del seno de la tierra, en donde habían estado sepultadas durante largos siglos de obscuridad y de barbarie.

El pintor, cuando se llama Rubens, Vinci ó Tiziano, lleva impresa en su cerebro la naturaleza; le basta haber visto un objeto para poder trazarlo con mano segura, aunque el tiempo y la distancia se lo oculten. El poeta no necesita siquiera esta visión. Lleva en mismo el alma entera de la humanidad y un leve signo le basta para adivinar la de cualquier hombre.

En época más remota honró sobremanera a Dello el florentino, D. Juan II de Castilla; y lo mismo hicieron Francisco I con el Vinci, Julio II con Miguel Ángel, León X con Rafael, María de Médicis con Rubens, y la villa de Amsterdam con Rembrandt.

Es preciso dirijirse á la iglesia de Santa María de la Gracia, cubierta como está su bizarra arquitectura, con el color histórico del tiempo, y una vez en la iglesia y aun sin ir á Santa María es necesario ver á todo precio el famoso cuadro de Leonardo de Vinci, que representa la cena de Jesucristo con los Apóstoles: este magnífico cuadro que los frailes mutilaron bárbaramente, y los profanos al arte restauraron de un modo torpe, se encuentra en una habitacion del claustro de Santa María, que hoy sirve de cuartel: está pintado en la pared, y es una inspiracion sublime del célebre Vinci.

Las dos de la tarde serian cuando se tocó á embestir al enemigo, que se hallaba apostado en las alturas de tres montañas ásperas y fragosas, cuya ventaja hacia peligrosa la subida: pero esta dificultad empeñó el valor de los nuestros, que estaban tan deseosos de venir á las manos, y acometiendo con heróico denuedo, sufrieron los indios poco tiempo el asalto, ganando airosamente las cumbres de aquellos empinados cerros, llevándose con los filos de la espada á todos los que no retiró la fuga; dejando en el campo de batalla 400 cadáveres, con poca ó ninguna pérdida de nuestra parte, y de sus resultas libre la ciudad del bloqueo en tan breve espacio de tiempo, que pudo el Comandante General exclamar con Julio Cesar: Veni, vidi, vinci.

De Génova pasó Velázquez a Milán y «aunque no se detuvo a ver la entrada de la Reina que se prevenía con grande ostentación... no dejó de ver la Cena de Cristo con sus apóstoles, obra de la feliz mano de Leonardo de Vinci»: rasgo muy natural en un artista que habla de estar harto de las ceremonias palatinas de la Corte de los Austrias.

Los tratadistas de las bellas artes participaban de las mismas ideas; pues si bien los del siglo XVI, unos como Francisco de Holanda, se postraban ante el genio de los italianos, y otros, como don Felipe de Guevara, preferían a todo los restos del arte pagano, en cambio los del siglo XVII sin dejar de entusiasmarse con Rafael y el Vinci, declaran categóricamente que el objeto principal de la pintura es la glorificación de la fe.