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La poca energía de su alma la aplicó toda a entrar en casa con los ojos secos. Llegado el domingo, Tirso salió muy de mañana; Leocadia, después de disponer los desayunos, ayudó a levantar a su padre y, cuando tuvo que sentarle en la butaca, llamó a Pepe, que se estaba vistiendo para ir a ver a Paz. ¡Pepe, Pepe! gritaba desde la alcoba de don José ven, que sola no puedo poner a papá en el sillón.

Santiago preguntó a un criado si la señora y los niños estaban ya acostados y habiéndole respondido afirmativamente, dijo a su hermano rebosando de alegría: ¿ no tocas el piano? . Pues vamos a dar un susto a mi mujer y a mis hijos. Ven al salón. Y le condujo hasta sentarle delante del piano.

En buena salud, me levantaba con el alba; desde que tengo tan mal dormir, madrugo mucho más que el sol, y con todo y con ello, me sobra tiempo de cama. Parecióme que el relente frío de las madrugadas no debía de sentarle bien, y así se lo dije, aconsejándole que se guardara de él.

Y no se habló más de este suceso en la familia del marqués, ni había para qué tampoco. Escaseaba mucho todavía la gente de lustre en aquel sitio; y con esto y con no sentarle bien el clima a la marquesa, condújosela a otro más de su gusto.

Santiago preguntó a un criado si la señora y los niños estaban ya acostados y habiéndole respondido afirmativamente, dijo a su hermano rebosando de alegría: ¿ no tocas el piano? . Pues vamos a dar un susto a mi mujer y a mis hijos. Ven al salón. Y le condujo hasta sentarle delante del piano.

Dichoso aquel a quien llaman las mujeres calavera, porque el bello sexo gusta sobremanera de toda especie de fama; es preciso conocerle, fijarle, probar a sentarle, es una obra de caridad. El calavera de buen tono es, pues, el adorno primero del siglo, el que anima un círculo, el cupido de las damas, l'enfant gâté de la sociedad y de las hermosas.

Si fuera posible trasladar al lector á las gradas de San Felipe, capitolio de la chismografía política y social, ó sentarle en el húmedo escaño de la fuente de Mari-Blanca, punto de reunión de un público más plebeyo, comprendería cuan distinto de lo que hoy vemos era lo que veían nuestros abuelos hace medio siglo.

Trató con la amiga que se disfrazase con traje de varón, el cual no debía sentarle mal, y que, como tal varón, la galanteara y pidiera en casamiento, llevando las cosas tan adelante que, con la complicidad de un sujeto de la curia eclesiástica, comenzaron á sacar los papeles para ir al altar, recibir las bendiciones y cobrar los apetecidos ducados.

Pero tan mal le iba con el tratamiento aquel, en mal hora aconsejado por su médico de cabecera, que tenía resuelta su marcha a París en el mismo día, no obstante el nuevo y poderoso atraaztivo que tenían para él aquellos lugares «desde que los honraban tan excelentes y tan inolvidables amigos». Esto de «inolvidables» se lo espetó a Verónica en un memorial de mirada triste, con el correspondiente tirón de patilla; el cual memorial fue contestado con una sonrisa... de las de Verónica, la cual sonrisa debió sentarle al recurrente como si le afeitaran en seco.