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No podía averiguarlo Verónica. Lo importante para ella era el hecho, y el hecho bien a la vista estaba. Otro suceso que fue completa novedad para la colegiala: su hermano tenía achaques también; es decir, nuevos, muchos, demasiados achaques; pero en este infeliz se cumplía rigurosamente la ley común: se le reflejaban claramente en el espíritu los que le desorganizaban y consumían el cuerpo.

, ... me vuelvo replicó la joven bajándose aún más el pañuelo de la cabeza para taparse la frente y embozándose con el mantón. Déjame ahora, que me voy por las calles. Echa á andar delante. Yo te seguiré nada más que hasta la esquina de la calle de la Verónica, porque me voy á la cervecería.

Con lo cual se exacerban los males de Verónica, que tienen su asiento en la desarreglada máquina nerviosa, y recuerda, es decir, vuelve a pensar que hay entre ambos un grave asunto pendiente, del que parece haberse olvidado él, o lo que es peor, que trata de olvidarse; y entonces juzga que su conducta es muy poco galante, quizás desleal, si bien se mira.

Verónica hubiera preferido otro rumbo: Vichy, por ejemplo; y no porque Pepe Guzmán se hubiera despedido para aquellas aguas, que tomaba todos los años para curar ciertos desarreglos de su estómago, puesto que la había dado su palabra de encontrarse con ella «donde menos lo pensara», sino porque... «cada cual tiene sus gustos».

VERÓNICA. Escucha, todos se han ido ya; me da vergüenza estar aquí sola. ¡Vamos! PABLO EMILIO. No sois vos. VERÓNICA. ¿No te digo que soy yo? ¡Caramba! Mi marido repite desde hace treinta años que no soy yo. ¡Y ahora éste también! ¡Dame la mano! Un cuadro extremadamente triste, que idea de la situación trágica de los maridos despojados.

Pues te voy a pagar el piropo con un gran consejo repuso Sagrario, deteniendo a su amiga, que ya había echado a andar : no te cases con Pepe Guzmán, aunque, por milagro de Dios, lo pretenda él; pero si don Mauricio el Solemne, pide tu mano, acéptale. Aquella noche durmió Verónica bastante mal, porque le dio mucho en que entretenerse el recuerdo de su conversación con Sagrario.

En uno de ellos aparecen dos ermitaños que van de camino al santo sepulcro, y expresan su aflicción por la muerte del Señor con sentidas palabras. Agrégase después á ellos la Verónica, y los acompaña en sus lamentaciones. Al llegar al sepulcro se arrodillan los tres y oran, y al fin se aparece el ángel, que anuncia la próxima resurrección.

Veremos lo que saco en limpio dijo Villavicencio . Vaya, señora mía, me voy a hacer una visita de cumplido a la calle de la Verónica. Creo que bastará mi autoridad... De pronto presentose D. Paco en la sala sofocado y jadeante, y exclamó: ¡Ahí está, ahí está ya!... al fin la encontramos. ¿Quién?

En aquel momento se abrió la puerta y apareció una dueña. ¡Ah, señor Francisco! ¡Y cuánto trabajo me ha costado encontraros! dijo la dueña . He tenido que decir que venía de palacio, con orden de su majestad para vos. ¿Y es cierto...? ¿Traéis orden? Casi, casi. Os traigo una carta. Dadme acá, doña Verónica, dadme acá. La dueña entregó una carta al cocinero mayor, que éste abrió con impaciencia.

Y todo sucedió como él lo había dispuesto y vaticinado: se confesé a las once, comulgó a las once y media, y se murió antes de las doce. ¡Cuánto lloró Verónica aquel día, y al siguiente, y con qué fervor rezó por el alma del muerto, y con qué sinceridad prometió a su memoria grabar en el corazón sus últimas advertencias, y ajustar a ellas todos los actos de su vida!