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Clara, conmovida hasta saltársele las lágrimas, de todos se despide, sube por la escalerilla y todavía desde lo alto les envía con su hermosa mano un beso de despedida. Sin embargo, arriba ya estaban buscándola su hermano y Tristán. El coche enganchado esperaba a la puerta.

D. Pedro del Congosto, aprende de él; mírate en el espejo de su respetuosidad, de su severidad, de su aplomo, de su impasible y jamás turbado platonismo; observa cómo enfrena sus pasiones; como enfría el ardor de los pensamientos con la estudiada urbanidad de las palabras; cómo reconcentra en la idea su afición y pone freno a las manos y mordaza a la lengua y cadenas al corazón que quiere saltársele del pecho.

¡Cómo me late el corazón! exclamó llevándose la mano al pecho. ¡Adiós! ¡Buena suerte! A quien le latía hasta querer saltársele del pecho era al pobre Mario. No se atrevió a mirar a Carlota. Tampoco ésta volvió su rostro hacia él. Felizmente vino a sacarlos del apuro la bella Presentación. Entró seria, ceñuda y, sentándose cerca del balcón, exclamó con un suspiro: ¡Ea! ¡Ya estoy en funciones!

Repetidas veces lo había dicho en alta voz. El cocinero estaba harto de saberlo. ¿Por qué, pues, lo mandaba a la mesa? Indudablemente por molestarla, por inferirle una ofensa. Esta patética consideración la enterneció de tal modo que estuvieron a punto de saltársele las lágrimas. De todos modos él cuidaría severamente de recordárselos.

Es cosa sabida; para hacer andar un caballo remolón, no hay como verterse entre pecho y espalda un jarrito de ginebra... Pues ahí donde usted la ve, D. Andrés, la Amalita no tiene nada de arisca. Ya, ya veo que sabe usted buscarle los pliegues. Celesto rió de satisfacción hasta saltársele las lágrimas. ¡Bah! Ya se los han buscado antes que yo otros muchos.

Y se calló, ocultando su cabeza entre las manos; porque su corazón latía con tal fuerza, que parecía querer saltársele del pecho. Después, reponiéndose, y hablando de prisa, como si hubiera querido escapar a un recuerdo que la oprimía: ¡Qué brillante está el sol! ¡Jesús! ¡qué hermoso matiz de púrpura con reflejos de oro! ¡qué tornasolado tan magnífico y tan raro!

Entonces se indignaba hasta saltársele las lágrimas, gritaba que se intrigaba contra él y escribía largas quejas al Santo Sínodo y al Capítulo de la Orden de Caballeros de San Jorge. El doctor Chevirev, como recibiese una queja de aquéllas, le envió inmediatamente una respuesta oficial en toda regla, en la que le daba una completa satisfacción.

Si había llegado, forjábase la ilusión de que Cecilia la habría roto sin dar cuenta a nadie. Mas he aquí que, cuando ya no la esperaba, se encuentra a la hora de almorzar sobre el plato una carta de España, letra desconocida de mujer. Es irrepresentable la congoja que le acometió. Se puso tan blanco como el mantel. El corazón quería saltársele del pecho.

Por la calle no cruzaba nadie, pero en un balcón debía de haber gente, porque después de su beso sonó otro más fuerte seguido de alegre carcajada. Carlota, ruborizada hasta querer saltársele la sangre, echó a correr desatinadamente, lloró de vergüenza y le hizo jurar que se abstendría en adelante de tales expansiones imprudentes.

El Cigarrero sonreía limpiándose la sangre con el pañuelo. Era una sonrisa tan triste y tan humilde, que a Miguel se le apretó el corazón y estuvieron a punto de saltársele las lágrimas. Sólo cuando apareció el segundo toro en el ruedo, concluyó del todo la bronca.