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Al recordar las obras mencionadas, es fácil de ver que el movimiento retrógrado, que se verifica en el teatro español desde 1520, se acelera hacia mediados del siglo. La prohibición que alcanzó á la Propaladia en 1540, contribuyó con más fuerza á la decadencia de la literatura dramática. Hablamos de

Puso manos a la obra, y en menos de diez minutos revoloteaban por el estudio más de una docena de moscas, llevando de una a otra parte el grito subversivo de «¡Muera el padre Bonnet!». La sedición prendió al punto por el amplio recinto, encontrando por todas partes imitadores y aun reformistas; uno puso en rojos papelitos «¡Viva la libertad!», otro se adelantó a poner «¡Abajo los jesuitas!», y un tercero, hijo de un emigrado, destrozó una caja de bombones para estampar en ligero papel azul el grito retrógrado de «¡Viva Carlos VII!»...

La idea de existencia es general, comprende á todo ser, y la conciencia no puede comenzar por ella; ora lleguemos á esta idea por abstraccion, ora sea una forma preexistente en nuestro espíritu, no es lo primero que se nos ocurre; ó para hablar con mas exactitud, no es el último punto que encontramos al seguir con movimiento retrógrado el hilo de nuestros conocimientos para descubrir su punto de partida.

XXIX. Angelo Badrero, Angelo Badoer, Embajador de Venecia en París. Ex.^mo S.^r Espero q. hará lo q. V. Excelencia le pide, sino es porq. ande el cielo estos meses retrógrado en todo lo que me conuiene, y desseo. Desseo verme cerca de V. Ex.^a para en algunos ratos entregarle este pecho, y depositarle en esse oydo, y Amor, como en Ærario de mi alma.

Al presentársenos el signo, no vemos ciertamente con entera claridad todo lo que por él se expresa, ni las razones de la legitimidad de la expresion; pero sabemos en confuso el significado que allí se encierra, sabemos que en caso necesario nos basta tomar el hilo de las percepciones por las cuales hemos pasado, volviendo así con paso retrógrado hasta los elementos mas simples de la ciencia.

No si en América se presenta un fenómeno igual a éste; es decir, dos partidos, retrógrado y revolucionario, conservador y progresista, representados altamente cada uno por una ciudad civilizada de diverso modo, alimentándose cada una de ideas extraídas de fuentes distintas: Córdoba, de la España, los Concilios, los comentadores, el Digesto; Buenos Aires, de Bentham, Rousseau, Montesquieu y la literatura francesa entera.

De esta suerte, a fuerza de querer ser demócrata y filántropo, puede el escritor caer en el error de ser retrógrado.

En aquella botica concurrían: Venegas, espíritu fuerte, liberal de la nueva echada, republicano incipiente, muy enconado contra el malaventurado ensayo imperial; Jacinto Ocaña, monarquista hasta la médula de los huesos, que siempre que hablaba de Maximiliano, se descubría respetuosamente, y que a cada instante trababa disputas con Venegas, sacando a bailar la Saratoga y el Tratado Mac-Lane; el doctor don Crisanto Sarmiento, retrógrado por los cuatro costados, que vivía suspirando por el régimen colonial, que se hacía lenguas de Revillagigedo, que de buena gana viera restablecido en México el Santo Tribunal de la Fe, y que cuando alguno hablaba de la Independencia, decía, echándola de agudo: ¡La maldita «india pendencia» que nos tiene hechos una lástima!