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Cada día eran más respetados; se popularizaban, y ya no eran comerciantes y rentistas los que jugaban en la Bolsa; los pobres, los humildes, buscaban tomar parte en el negocio. Y para probarlo, no había más que fijarse en don Ramón Morte, un filántropo, que hacía el bien encaminando a la ganancia los pequeños capitales que yacían muertos y dedicando las ganancias propias a obras de beneficencia.

Todos estaban acostumbrados a oírle hablar con infantil sencillez de aquella buena anciana, que no tenía una palabra de reproche para sus audacias y encontraba aceptables sus prodigalidades de filántropo, que le hacían volver a casa medio desnudo si encontraba un compañero falto de ropa.

¡Bah! objetó Juanito con juvenil confianza . No es eso fácil; en la Bolsa sólo se arruinan los tontos, y mi principal tiene buen guía. Don Ramón... ¿sabe usted? don Ramón Morte, el hombre mimado de la fortuna, el gran filántropo. No seas tonto, muchacho. ¿Crees que tu tío es listo? Pues pregúntale qué piensa del tal don Ramón.

El acto de ciega confianza de su novia y su vieja amiga entregando sin temor los ahorros al omnipotente don Ramón Morte había acabado por decidirle. ¿Iba a ser él más cobarde que aquellas dos mujeres? Vendió su huerto de Alcira, y los ocho mil duros que le dieron engrosaron el raudal de oro que, a impulsos de la más ciega confianza, iba a caer en las cajas del filántropo banquero.

La pobreza amarga el amor, el arte no es buen camarada de la necesidad, a pesar de que se dice que el hambre aguza el ingenio. Además, nuestro alquimista sueña con obtener ganancias fabulosas que le permitan suprimir, en torno suyo, el dolor social. Comprende que el dinero, en los contratos humanos, es el espíritu del mal. Un filántropo rico e inteligente como él sería un nivelador.

Á pesar de su optimismo, de su genio alegre y de su afición á tomar muchos sucesos por el lado cómico, D. Fadrique, no pudiendo hallar nada cómico en aquel suceso, cayó enfermo con fiebre y se desanimó mucho en su afición á la carrera militar. Desde entonces se declaró más en él la manía de ser filántropo, especie de secularización de la caridad, que empezó á estar muy en moda en el siglo pasado.

¡El respeto á la libertad! continuó el doctor dirigiéndose á su primo. Oyéndote, me pareces igual á un filántropo loco, que en una colección de fieras, se indignase ante la jaula de una pantera. Y Aresti, en su exaltación, mimaba la escena, al mismo tiempo que la describía de viva voz. El filántropo ideal compadecía á la bestia, ¿Con qué derecho la tenían entre hierros?

El alma de Ti-Chin-Fú debe conocer bien el Imperio, y eso no le satisfaría. ¿Y si yo emplease parte de la fortuna del viejo en hacer particularmente, como filántropo, largas distribuciones de arroz al populacho hambriento? Es una idea. Funesta dijo el general, frunciendo horriblemente el entrecejo.

Odia toda suerte de tiranías; y por lo mismo, no dejándose imponer de sus braceros y empleados, después de regatearles cuarto a cuarto sus jornales, les paga religiosamente lo convenido. También es filántropo; y si no se le ve pródigo con los pobres que llegan a su puerta, no es por falta de buen deseo, ni por sobra de economía, sino porque no quiere alimentar vicios ni fomentar la vagancia.

Entendía que me vería mejor transformado, con un brillo más vivo para ennoblecer mi posición. Todo se mezclaba así entre los estímulos que me aguijoneaban. El encarnizado recuerdo de Magdalena zumbaba en el fondo de mis ambiciones y momentos había en que no me era dado distinguir en mis prematuros ensueños de poderío, lo que emanaba del filántropo y lo que procedía del enamorado.