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Volvíme a la posada, y al pasar por la tripería pedí a una de aquellas mujeres y dióme un pedazo de uña de vaca con otras pocas de tripas cocidas. Cuando llegué a casa, ya el bueno de mi amo estaba en ella, doblada su capa y puesta en el poyo, y él paseándose por el patio. Como entro, vínose para . Pensé que me quería reñir la tardanza; más mejor lo hizo Dios. Preguntóme venía.

Por ventura se forjaba la ilusión de que correspondían perfectamente al ciclópeo torso y a su espíritu altanero. Preguntome por algunos personajes del carlismo que él había conocido, y dio la casualidad que siempre me había hallado algunas leguas distante de ellos. En cambio le hablé largamente del Pretendiente, a quien conocía por las fotografías, y de su esposa D.ª Margarita.

¿Qué tienen esos hombres que tachar? preguntóme a su vez el médico. Que son rústicos, que están ineducados. Como deben de ser y como deben de estar me replicó inmediatamente , para el destino que tienen en el cuadro.

Preguntome si quería comenzar por el de pitillos, que era el suyo y el más numeroso. Ningún inconveniente tuve.

Enseñólos, y dióles esto a todos tanta risa, que no querían salir de la posada. Al fin, ya eran las dos; y como era forzoso el caminar, salimos de Madrid. Yo me despedí de él, aunque me pesaba, y comencé a caminar para el puerto. Quiso Dios que, por que no fuese pensando en mal, me topé con un soldado. Luego trabamos plática; preguntóme que si venía de la Corte.

Primero estuvo hablando conmigo; preguntome varias cosas y me contó otras muy chuscas y divertidas. Después díjome que me estuviese quieto: sentí sus dedos en mis párpados.... Al cabo de un gran rato dijo unas palabras que no entendí: eran palabras de medicina. Mi padre no me ha leído nunca nada de Medicina. Acercáronme después a una ventana.

Pero es una cosa enorme... que yo no quisiera creer..., que no la creo respondió estremeciéndose; y en seguida, con un timbre de voz indefinible, porque me sonaba a todo lo siniestro, desde la maldición hasta el quejido, preguntome, con sus ojos anhelantes fijos en los míos asombrados : Dime, madre, ¿es verdad que eres... mala?

Iba en cuerpo y en alma, el cuello en el sombrero, los calzones vueltos, la camisa en la espada, la espada al hombro, los zapatos en la faldriquera, alpargatas, y medias de lienzo, sus frascos en la pretina y un poco de órgano en cajas de hoja de lata para papeles. Luego trabamos plática; preguntóme si venía de la Corte; dije que de paso había estado en ella.

Aunque parece increíble, se ha desmejorado aun más de lo que estaba cuando murió Magdalena, después de abatir su cuerpo y su espíritu los dos meses mortales que duró la enfermedad. »Cuando me vio, me dio un abrazo, y preguntóme si tenía algo que contarle de mi nueva vida.

» ¿Te asombras? preguntome mi madre, conociendo lo que me pasaba . Acaso no me haya explicado bien; porque en mis intenciones no hay motivo para ello.