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Pero, en realidad los músicos, al meter los delirios y locuras entre las cinco rayas paralelas y los huecos de las mismas que forman el pentágrama, sujetan a razón su melografía delirante; de donde se desprende que la razón, aun tratándose de locuras melodiosas, es y será siempre, antes que la música, el arte de las artes, la facultad soberana del humano espíritu.

El cumintán es una mezcla de todos los acordes tristes y melancólicos que se conocen en el pentágrama. El cumintán es una balada compuesta de suspiros. Sus notas son otros tantos ayes arrancados en el silencio de la noche, de la mujer que ama, del corazón que espera, del proscripto que tras la azulada bóveda busca cual otro rey del Oriente la estrella que marca el derrotero de su patria.

La pesqué al salir del Colón, después de escuchar las locuras líricas de «Lucía», un aria cuyo interés principal reside en sujetar la locura a pentágrama, ritmo y compás, cuando la verdadera locura se distingue precisamente por no sujetarse a nada, cosa que, por lo visto, ignoraba Donizzeti. En cuanto hay reglas, ya no hay locura.

Por encima de esta confusión de formas disparatadas, Bonis dibujó rayas simétricas que imitaban muy bien la superficie del mar en calma, y sobre la línea más alta, la del horizonte, volvió a trazar una imagen de la noche, pero de noche serena, en mitad de cuyo cielo, atravesando cinco hileras de neblina tenue, las líneas del pentagrama, se elevaba suave, majestuosa y poética, la dulce luna llena: en su disco, elegantes curvas sinuosas decían: Serafina.

Mientras el acompañamiento desfilaba, con lentitud de duelo, por las calles mal empedradas de León, el tren corría, corría, dejando atrás las interminables alamedas de chopos que parecen un pentagrama donde fuesen las notas verde claro, sobre el crudo tono rojizo de las llanadas.

Höel quiere obligar al gaitero Corentino a buscar el tesoro en el fondo del precipicio; de nuevo el cielo se encapota, y entonces aparece otra vez el terrible Meyerbeer, el genio de los Hugonotes y Roberto el diablo, que sabe describir con las ocho notas del pentagrama toda la rabia de los elementos y todos los furores del corazón.

El chantre es, por derecho, el jefe de los cantores; y el chantre es un canónigo cualquiera, que nombra Roma sin oposición y que no conoce ni una nota del pentagrama. ¡La anarquía, amigo Gabriel! ¡El desprecio de la Iglesia por la música, que ha sido siempre su esclava, nunca su hija!

La siesta asfixia. El son de los cañales preludia a la tagala esa canción de miel que ha desprendido la ilusión del pentágrama. Los insectos rebullen en las hojas sobre el tapiz de grama, y se duermen rendidos a los hálitos de un ambiente de lavas. El sopor se difunde, derramado por estivales áuras, y en el lejano término simulan dorarse las montañas.

Pero a los músicos no les basta la razón para hacer arte, y de ahí que recurran a pasiones extravasadas, heroísmos máximos, deliquios, amores quiméricos, frenesíes, éxtasis, arrobamientos, divinos estados de ánimo, para luego ordenar en el pentágrama todos estos delirios.

Espléndido sol doraba los campos. Toda la luz del cielo parecía que se colaba dentro del corazón de los esposos. Jacinta se reía de la danza de los algarrobos, y de ver los pájaros posados en fila en los alambres telegráficos. «Míralos, míralos allí. ¡Valientes pícaros! Se burlan del tren y de nosotros». Fíjate ahora en los alambres. Son iguales al pentagrama de un papel de música.