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Al hombre que arriesgaba su vida en todos los momentos por una causa útil a sus semejantes, ha sustituído el que la arriesga por las nonadas de la vanidad o la soberbia. Al caballero ha sucedido el espadachín. Quedáronse los contertulios comentando la serenidad del conde. Se le ensalzó aunque no muy vivamente ni por mucho tiempo. Es regla primera del buen tono no asombrarse jamás.

Me paso los ratos como un tonto escuchándola; cuando narra su vida de colegiala: las nonadas y puerilidades de sus compañeras, que me cuenta con gran calor, me embelesan lo mismo que la novela más interesante: conozco ya a todas las hermanas del colegio como si las hubiera parido: hay una hermana San Onofre, de diez y ocho años, hermosa, instruida, pero de muy mal genio; en el convento todo el mundo la temía más que a la superiora; ¡figúrate que a una niña, porque manifestó asco al vaso de otra, la hizo comer las sobras de todas las demás en un plato!

Pronto se convenció de que era más difícil cambiar la vida de aquellas beatas que la de un pecador empedernido. Le causó gran desaliento: comenzó a fastidiarse de aquellas nonadas, de aquellas confidencias domésticas insulsas y necias con que las devotas sazonan sus confesiones.

Ya puede V. imaginarse que yo iba gozando como los ángeles en el paraíso y pendiente de los labios de aquella niña, que al referirme todas las nonadas infantiles de su vida, parecía infundir en mi alma encantada la ciencia de la dicha. Sin embargo, no podía desechar cierta vaga inquietud que turbaba mi alegría.

Era la hora de las confidencias domésticas: la doncella, al paso que explicaba el empleo del dinero, se entretenía a narrar todos los incidentes insignificantes del día, las nonadas de la casa: hablaba largamente de las gracias de Chuchú, de sus oportunas contestaciones, comprendiendo que era el flaco de la señora; se quejaba de algunas groserías del jefe; contaba con risita burlona que miss Ana había comprado una nueva caja de polvos de arroz. ¡Bah! ¿para qué querrá esa buena mujer los polvos de arroz? ¡De todos modos ha de salir a la calle más fea que Picio!

Ya puede V. imaginarse que yo iba gozando como los ángeles en el paraíso, y pendiente de los labios de aquella niña, que al referirme todas las nonadas infantiles de su vida, parecía infundir en mi alma encantada la ciencia de la dicha. Sin embargo, no podía desechar cierta vaga inquietud que turbaba mi alegría.

Y como el profesor era menos temible que el otro, descargó en él su indignación. ¡Pensar en batirse por unas nonadas, cuando millones de hombres daban su sangre por grandes ideales!... Y él, que había recordado tantas veces como acciones heroicas sus trabajos de padrino, hizo un gesto repelente, lo mismo que si le propusieran algo contra su honor.

Apenas lo : de los sucesos insignificantes del día, de las nonadas de la vida; algunas veces, de lo por venir, imaginando mil proyectos contradictorios que me hacían reír; algunas también, de sus recuerdos de convento. Gozaba extremadamente oyéndole contar las travesuras de su época de colegiala, los mil incidentes, tristes o cómicos, que le habían pasado en el colegio.

Ya puede V. imaginarse que yo iba gozando como los ángeles en el paraíso, y pendiente de los labios de aquella niña, que al referirme todas las nonadas infantiles de su vida, parecía infundir en mi alma encantada la ciencia de la dicha. Sin embargo, no podía desechar cierta vaga inquietud que turbaba mi alegría.

El loco proseguía en sus encarecimientos, diciendo: ¡La boca es un anillo! ¡La garganta es de un cisne! ¡Pues y estos ojos y estas mejillas! Sus cabellos son una madeja de azabache; sus pies son dos nonadas, dos mentirillas: ¡qué madeja! Su nariz es un perfil de realce y el más perfecto de nieve...