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Partió ayer, como te dije, por el ferrocarril del Havre ... Se ha ido á digerir su fastidio en la orilla del mar ... Se ha dado el golpe mortal ... Le permito vivir, declaró magnánimamente la señorita Guichard, á condición de que, en adelante, permanezca en su puesto ... ¿Y qué remedio tiene? Has cortado las garras á ese león y ya está domado ...

Rafael se mantenía de pie junto a la puerta, no sabiendo si ausentarse o hacerse visible, por respeto al amo. Siéntate, hombre ordenó magnánimamente don Luis. Te lo permito. Y como la gente se estrechase aún más, para hacerle sitio, la Marquesita se levantó llamándole. ¡Allí, al lado de ella!

Roto ya este compromiso, don Casimiro pudo volver, previo el perdón de su inconsecuencia, pedido con humildad y concedido magnánimamente, al mismo punto en que lo había dejado: al amanecer, á la aurora.

Añadió así, magnánimamente, la necesidad de hacer más frías las relaciones que podían dar lugar a fundadas sospechas, y aun convino en que, efectivamente, el matrimonio era el más seguro medio de romper para siempre con el pasado... Pero, ¿por qué la América?... ¿Por qué miss Nicholson mejor que cualquier otra?

Todos los momentos que la farmacia le dejaba libre, aprovechábalos para correr a casa de su amigo y prestarle cualquier servicio que estuviese a su alcance: era tan bueno, tan cariñosote, tan respetuoso, que apesar de la distancia que los separaba y que el boticario se complacía en reconocer, D. Bernardo condescendió magnánimamente a tratarle, a dejar que le acompañase en el paseo y hasta a dar alguna que otra vez una vuelta por la botica y jugar allí un tresillo.

Empleamos sólo cuatro días entre Honda y Barranquilla; en los dos últimos, el calor se hizo sumamente intenso, aunque no como a la subida, porque la rapidez misma de la marcha avivaba la corriente de aire que venía fresca aún de su contacto con el mar. ¡Con qué indecible placer, al llegar a la costa, regalé magnánimamente a uno de los muchachos de a bordo mi petate, mi almohada y mi mosquitero!

Lo que, como un lirio de noche en una habitación oscura, tuvo en medio de todas estas agonías iluminada el alma de doña Andrea, y le aseguró en su creencia bondadosa en la nobleza de la especie humana, fue que, ya porque en realidad le apenase la suerte de la viuda, ya porque creyera que había de parecer mal, siendo como el don Manuel bien querido, y maestro como ella, que permitieran la salida de sus hijas del colegio por falta de paga, la directora del Instituto de la Merced, el más famoso y rico del país, hizo un día, en un hermoso coche, una visita, que fue muy sonada, a casa de doña Andrea, y allí le dijo magnánimamente, cosa que enseguida vociferó y celebró mucho la prensa, que las tres niñas recibirían en su colegio, si ella no lo mandaba de otro modo, toda su educación, como externas, sin gasto alguno.