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La parte de la tierra, tal vez, te corresponda a ti. Muñoz no pudo sacarle más una palabra. Y se retiró intrigado por aquella última frase. En la calle tiró los fragmentos del retrato de Adriana. Pero al punto, desandando el trecho andado, volvió a recogerlos. Durante largo rato todavía quedó Julio abatido por la gravedad de la imprevista catástrofe.

Muchas cosas y hechos secretos habían rodeado la vida de Burton Blair, los cuales durante años nos habían intrigado, y en consecuencia, estábamos dispuestos, si era posible, a aclarar el extraño misterio que lo había envuelto en vida, a pesar de haberse llevado a la tumba el secreto de su enorme fortuna.

Muñoz, intrigado, pensó por un momento que Julio se había fingido tan abatido para evitar una explicación, o por alguna rara delicadeza de rival afortunado. ¡Lo que menos necesito es eso, su cortesía! exclamó en voz alta. ¿La cortesía de quién? le preguntó Charito. No haga caso, esta noche han de perdonarme cualquier desvarío. Es un mal momento de mi vida.

Notando intrigado en su tono y su gesto irónica impudencia, monsieur Jaccotot le preguntó: ¿Qué lee usted, pues? Peralta se levantó arrogantemente y entregó al profesor un cuaderno, diciéndole: Esto. En la clase se hizo un gran silencio de curiosidad y expectativa... Monsieur Jaccotot tomó el cuaderno y lo abrió en su primera página.

José Luis, que había interrumpido intrigado por aquel mudo lenguaje una relación sobre costumbres típicas en el sur de España, la reanudó al momento. Su charla era chispeante, llena de comparaciones pintorescas y de reflexiones chistosas que intercalaba con evidente propósito de matizar más brillantemente su relación. Pero se advertía que algún episodio de efecto lo contaba ya de memoria.

Un cuarto de hora después, algunas piedras pequeñas que rodaban, me indicaron que alguien bajaba la cuesta. No tardó en aparecer un indio montado en un caballito alazán, flaco, pero de piernas delgadas y nerviosas. Me paré en medio del camino y a veinte pasos mi hombre se detuvo intrigado, sin duda por mi traje exótico en aquellos parajes.

Aquí ha comenzado mi sorpresa. No se invita a nadie, que yo sepa, a las siete de la mañana para una presunta conversación en la noche, sin un motivo serio. ¿Qué me puede querer Funes? Mi amistad con él es bastante vaga, y en cuanto a su casa, he estado allí una sola vez. Por cierto que tiene dos hermanas bastante monas. Así, pues, he quedado intrigado. Esto en cuanto a Funes.

Al llegar al corredor del primer piso oyó ruido en su cuarto cuya puerta había quedado sin cerrar. Intrigado por ello la empujó bruscamente y vio a la señora Miguelina ocupada en arreglar los muebles de la habitación.

La posadera les dijo que hacía mucho tiempo que yo no vivía en Lúzaro, sino en Izarte, y al saberlo se informaron de la distancia a que se hallaba nuestra aldea del pueblo. A la mañana siguiente, el cartero, al traer el periódico, me dio estos datos, y me dijo que aquellos hombres me buscaban. Les esperé, un tanto intrigado, y poco antes del mediodía les vi acercarse a mi casa.

Hubo que buscar a otro sacerdote, porque se negó rotundamente a consagrar la unión el que la primera vez viniera en balde. Muñoz ni siquiera pidió cuenta a su mujer de la huida a casa de las Aliaga. Y comprendió, ahora, aquellas palabras de Julio que tanto le habían intrigado: "La parte de la tierra ha de corresponderte a ti".