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Prueba de ello es que cuando Verónica llegó a la edad de los celos y de las envidias, y tuvo razón bastante para distinguir los halagos de las durezas, no echó de menos los extremados mimos que se le prodigaban a todas horas a su hermano, criatura de lo más encanijado, llorón y cascarrabias que hubo venido nunca al mundo.

No la arredraban ciertos despegos, ciertas durezas inexplicables de Miranda; servíale piadosa y filialmente, hablábale con dulzura, hacíale ella misma los remedios y le vendaba el pie lastimado, con la devoción con que vestiría a una santa imagen. Era feliz y hasta se conmovía, cuando él hallaba bien colocado el apósito. Al fin Miranda pudo andar sin riesgo.

Y ahora, en castigo de tus durezas, mándala venir para que yo la un beso. ¿De lobo? Corriente; pero con el corazón entre los labios. ¡Que no pudiera acabar yo de aborrecerte! Y vino la niña. Luz se llamaba, y jamás hubo nombre mejor colocado.

Obligadas a sufrir las mismas durezas que el rebaño masculino, únicamente recordaban que eran mujeres cuando a altas horas de la noche, a oscuras ya la gañanía, apelotonadas en un rincón, veían turbado su fatigoso sueño de hembras de carga, por las audacias de los mozos, que las buscaban a tientas, mientras los gañanes viejos, curados de las ilusiones de la vida, roncaban desaforadamente como si quisieran dormir más aprisa para recuperar las fuerzas perdidas.

Y en efecto, en el terreno, repujado de pequeñas eminencias que contrastaban con la lisa planicie del atrio, advertía a veces el pie durezas de ataúdes mal cubiertos y blanduras y molicies que infundían grima y espanto, como si se pisaran miembros flácidos de cadáver.

Era tal vez una caricia irreal, imaginada más bien que sentida, pero idéntica a otras que perduraban en su recuerdo... Además, el mismo roce de curvas armoniosas al marchar; igual encontrón con unas durezas de contacto fulminante. La pesadumbre del brazo femenil se hacía por momentos más sensible.

Pero ¿qué te hago yo que explique esas durezas tuyas de carácter, para que vengo a ti como viene el sediento a un vaso de ternuras? Más cariño no puedes desear. Pensar, yo pienso en todo lo más difícil y atrevido; pero querer, Lucía, yo no quiero más que a ti. Yo he vivido poco; pero tengo miedo de vivir y lo que es, porque veo a los vivos.

Los polisones de más edad seguían con la cabeza baja, entre incrédulos y aterrados, dudando de que esta orden pudiese ser cierta pero dudando igualmente de que todo fuese una burla, habituados a durezas y castigos en los buques que les habían servido de refugio.

Le recibía tendiéndole los brazos, estrujándolo entre sus blancas y firmes durezas de hembra belicosa, la boca algo torcida por una crispación de deseo, los ojos agrandados y vagos, con una luz extraña que parecía reflejar mentales desarreglos.

La malva es humilde; no requiere cultivo, ni necesita ninguna clase de cuidado. Crece en cualquier sitio, y es tan modesta y tan exorable, que aun las mismas durezas y tumefacciones de los hombres ablanda. Pero con ser tan humilde, guarda esta hierba una ambición secreta y de tal magnitud, que casi se puede afirmar que es una monstruosidad. ¡Esta planta está enamorada del sol!