United States or Libya ? Vote for the TOP Country of the Week !


Hacía diez años que había partido para San Petersburgo, donde era el maestro de música, o, mejor dicho, el confidente de la emperatriz Catalina; ésta le empleó en intrigas de la corte, lo cual, descubierto por el Czar, a quien no gustaba que se burlasen de él, envió a Gerardo a la Siberia.

»Allí saben perfectamente que en Pekín no hay palacios; que cada legación tiene el suyo propio, como importante elemento de instalación y de influencia. ¡Mas en la corte del Czar se desatienden los más serios intereses de la civilización rusa! Todo lo dicho es lo único nuevo que acontece en Pekín y en las legaciones.

No podía recordar los nombres de los que la habían amado en aquella época de locura. ¡Eran tantos los arrastrados por su ruidoso revuelo al través del mundo! Volvió a Rusia y fue expulsada por el Czar en vista de sus escándalos públicos con un Gran Duque, quien loco de rabia amorosa, quería casarse con ella, comprometiendo el prestigio de la familia imperial.

Y el marqués devoraba estos periódicos, y contemplaba en éxtasis a aquellos hombres que tanto les daban que decir; y se comparaba con ellos, y no se vela más bajo, ni menos ostentoso, ni menos solemne, ni menos «honorable»: ninguno tomaba tan en serio como él eso de «los organismos políticos», «las energías de la patria», «el sentimiento público», «la alteza y respetabilidad de los cuerpos colegisladores» y otras cosas tales; ninguno le ganaba en desinterés, ni en celo, ni en instinto político, y pocos, muy pocos, llegarían a aventajarle en el modo y manera de utilizar con honra propia y decoro del sistema «la tribuna del Parlamento». Esto era «obvio, de toda notoriedad e inconcuso», y, sin embargo, su nombre no aparecía jamás entre aquellos otros, tan traídos y tan llevados, ni había un papanatas que le siguiera, ni un mal periodista que le preguntara su parecer sobre la política del Czar y las últimas circulares de nuestro ministro de Estado.

Si alguien me hubiera dicho que no era el rey, el czar, el emperador, el niño mimado de la suerte, le hubiera mirado con olímpico desprecio. En el teatro había ópera, y más de una vez de pie, en el palco junto a ella, se me arrasaron los ojos de lágrimas oyendo al tenor en Lucía, aquello de: Tu che a Dio spiegasti l'ale.

Sobre el hombro la cabeza caída, y delirante. No muy inferior belleza épica tiene el canto del poeta ruso Lermontoff, donde se refiere la lucha, en presencia de Ivan el Terrible, del joven mercader que mata a puñadas al guardia favorito del Czar.

Sin embargo, a medida que la amistad y confianza con su esposa crecían, la antipatía del Duque parecía desvanecerse. Sus atenciones con el esposo eran cada vez mayores, y en apariencia, más sinceras. Como supiese que Gonzalo era excesivamente aficionado a la caza, le hizo el obsequio de una magnífica escopeta que a él le había regalado el czar de Rusia.

»Entonces Gerardo me contó que el czar Pedro el Grande reclutaba artesanos en todos los países de Europa y artistas en Italia, con el propósito de formar una banda de música para sus regimientos y una orquesta para su capilla, y se le habían hecho a Gerardo, antes que a nadie, proposiciones ventajosas para ir a Rusia. »Yo no podía calcular entonces de dónde procedían su tristeza y mal humor.