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Siguió al estupor un grito de indignación. Nunca se colorearon tan vivamente las mejillas de los lacienses como en aquel momento; ni siquiera cuando la prensa de Madrid vino elogiando cierta comedia escrita por un hijo de la población. ¡Qué de improperios, primero contra Granate, luego contra D. Juan, después contra Fernanda!

Desaparecieron las patas, y sólo quedó á la vista una bolsa temblona por la que pasaba como un oleaje, de extremo á extremo, la hinchazón digestiva. Fué un bullón de mucosidades que se colorearon y descolorieron con las contorsiones de la furia asimilatoria, dejando al descubierto de vez en cuando sus ojos estúpidos y feroces.

En los de ella ardió una chispa maliciosa, y con ademán súbito y desdeñoso arrojó el clavel que tenía en la mano debajo de las sillas. El conde se puso repentinamente serio; sus mejillas se colorearon. En aquel momento entró Manuel Antonio. La conversación se entabló alegre, indiferente. El conde guardaba, sin embargo, un resto de turbación.

Sus mejillas se colorearon y respondió con voz alterada entre dudando y afirmando: Quince mil pesetas. La expresión alegre y triunfal del rostro de la dama se trocó instantáneamente en otra de cólera y despecho. ¡Quita!, ¡quita allá, puerco! exclamó furiosa dándole un fuerte golpe en la cara con el lujoso manguito . No piensas más que en el dinero.... No tienes ni pizca de delicadeza.

Fueles preciso beber por un mismo vaso, único que había, y Ana, que era asquillosa y aprensiva, prefirió echar tragos por la botella, sin recelo de cortarse con los agudos cristales del roto gollete. Sus carrillos chupados se colorearon, su lengua se desató más que de costumbre; y por vía de diversión empezó a coger tierra a puñados y a esparcirla por la cabeza de Borrén.

La sonrisa que plegaba los labios del noble se desvaneció repentinamente. ¿Cómo?... ¿Qué tiene que ver?... dijo con mal disimulada turbación. También Amalia se turbó. Sus pálidas mejillas se colorearon. Hemos estado murmurando de . ¡Qué traje te hemos cortado, chico! Aquí Manuel Antonio profirió Amalia decía que era usted el perro del hortelano. No; eras quien lo decías.