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Por un momento todos aquellos espíritus elevados vivieron dos siglos más adelante y vieron con los ojos del alma una Peñascosa ideal cuajada de fábricas y cervecerías. ¡Poder maravilloso de la poesía! Se aplaudió furiosamente con las manos y con las cucharillas.

Pero al llegar á la «torre» cuyo número guardaba en su memoria y detenerse unos segundos ante su arquitectura de castillete feudal, que hacía presentir un interior semejante á los salones de las cervecerías, vió que se abría la puerta, apareciendo en ella la misma mujer que le había hablado en la Rambla de las Flores. Entre usted, capitán.

En el fondo de las bodegas de cerveza, abovedadas y frescas; en los jardines de las cervecerías, donde mecían sus pálidas luces los farolillos de colores; por todas partes, mezclándose con el ruido de las pesadas tapaderas al caer sobre la boca de los jarros de cerveza, percibíanse las notas del triunfo que salían de los instrumentos de metal y los suspiros de los de madera.

En Mendoza se hacen vinos de buena calidad. También se fabrica cerveza en un gran número de excelentes cervecerías. Como en cualquier país civilizado, se fabrican muebles, libros y otros artículos de uso ordinario. 1. ¿Por qué tiene Argentina tanta variedad de clima? 2. ¿Qué superficie tiene? 3. ¿Qué es una pampa? 4. ¿Qué se ha sabido recientemente en cuanto a la Patagonia?

La doble galería cortándose en forma de cruz, con sus muros cubiertos de columnas, perforados por cuatro filas de ventanas soportando la gran techumbre de cristales. Los pisos bajos, casi sin pared exterior, todos de cristal; escaparates de librerías y almacenes de música, vidrieras de cafés y cervecerías, tiendas de joyeros y sastres deslumbrantes de lujo.

Los que habitaban hoteles lujosos iban á instalarse en «villas» y chalets de los alrededores; los pobres, cansados del rancho del matadero, se enganchaban para trabajar en obras públicas del interior. Aún quedaban muchos en Barcelona, reuniéndose en determinadas cervecerías para leer los periódicos de su patria y hablar misteriosamente de los trabajos de la guerra.

Roberto se estremeció e inclinó dos o tres veces la cabeza. Y, de repente, como vencido por el dolor, cayó de rodillas delante de la cama gritando: ¿Por qué has muerto? ¿Por qué había muerto Olga? Tal era la cuestión que, en lo sucesivo, preocupó exclusivamente a toda la ciudad. En la calle, en las mesas de los cafés, en los bancos de las cervecerías, no se hablaba de otra cosa.

Nos gusta más Homero, ciego y vagabundo; Cervantes, que, según la gente, no tuvo qué cenar cuando terminó el Quijote; Shakespeare, cómico de lengua y empinando el codo en las cervecerías; Beethoven, pobre sordo... y Colón, muriendo de hambre sobre unas pajas, sin haber recibido blanca por sus descubrimientos.

En una de esas cervecerías filarmónicas, encontré al coronel Sieboldt, sentado, con su sobrina, ante su eterno rábano negro. En la mesa contigua tomaba un bock el ministro de Negocios Extranjeros, acompañado del tío del Rey.

De vez en cuando se permitía acompañar a sus amigos en alguna escapatoria, sumiéndose en la vida alegre y amorosa del barrio. Gastó los codos de sus mangas en las mesas de las cervecerías. La Mimí de Murger pasó varias veces ante él menos melancólica que en la obra del poeta, y el ex seminarista tuvo sus idilios de una tarde de domingo en los bosques inmediatos a París.