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Vaya, clarito; en casa no hay religión, y donde falta la religión todo está perdido. Así les castiga a ustedes Dios. ¡Castigarnos Dios! ¡Le parecen a Vd. pocas penas esa enfermedad, esa escasez, esos sufrimientos!... ¿Y qué le hemos de hacer? Todos trabajamos. ¿No has visto la vida que llevan tus hermanos y lo que yo me afano? ¡Pregunta Vd. lo que pueden hacer! ¡Parece mentira!

Finalmente, hizo traer ante todas las dueñas de palacio, que fueron estas que están presentes, y, después de haber exagerado nuestra culpa y vituperado las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores trazas, y cargando a todas la culpa que yo sola tenía, dijo que no quería con pena capital castigarnos, sino con otras penas dilatadas, que nos diesen una muerte civil y continua; y, en aquel mismo momento y punto que acabó de decir esto, sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara, y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas.

Queremos llegar á nuestro fin á toda costa y cuando hayamos probado que era usted una víctima y no un culpable y que se le tenía encerrado á consecuencia de un monstruoso error judicial, veremos si en el país de la audacia y de la generosidad hay gendarmes para detenernos y jueces para castigarnos. Yo no tengo ningún remordimiento, ninguna inquietud, ninguna vacilación. ¡Y este viaje me encanta!

704 La justicia es muy severa; suele rayar en crueldá: sufre el pobre que allí está calenturas y delirios, pues no esiste pior martirio que esa eterna soledá. 705 Conversamos con las rejas por solo el gusto de hablar, pero nos mandan callar y es preciso conformarnos; pues no se debe irritar a quien puede castigarnos.

Marijuán y yo nos reíamos; pero pronto nos fué forzoso disimular nuestra hilaridad, porque habiendo preguntado el joven aragonés con mucha sorna que cuál fué la ventaja sacada de tal lucha, Santorcaz se amoscó, y amenazando castigarnos si no nos entusiasmábamos como él, nos dijo: Mentecatos, podencos, ¿acaso la paz y Tratado de Presburgo es paja?

No hizo ninguna observación a propósito de la chimenea, en la que se veía una capa de polvo que databa de la víspera, y soportó heroicamente el pescado quemado que Celestina nos sirvió para castigarnos, por tener secretos para ella. Parece que el padre Tomás está encantado por la felicidad de la abuela, aunque no comprende muy bien las causas de mi repentino cambio de parecer.

El engreimiento y la soberbia son muy malos, enojan mucho al Cielo y tal vez hacen que el Cielo, para castigarnos, para humillarnos o para probarnos mejor, permita que los enemigos del alma le den feroces ataques en la parte baja, mientras que su porción elevadísima se cree punto menos que glorificada y en íntimos coloquios y en unión estrecha con lo divino.

De la cara patria, nuestras mismas manos Osaron el pecho sagrado romper, Y por castigarnos, al cielo le plugo Hacer que marchemos uncidos al yugo Que oscuro tirano nos quiso imponer.