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Basta haber estudiado el corazon del hombre para conocer que estas escenas no son raras; y que jugamos con nosotros mismos de una manera lastimosa. ¿Necesitamos una conviccion? pues de un modo ú otro trabajamos en formárnosla; al principio la tarea es costosa, pero al fin viene el hábito á robustecer lo débil, se allega el orgullo para no permitir retroceso, y el que comenzó luchando contra mismo con un engaño que no se le ocultaba del todo, acaba por ser realmente engañado, y se entrega á su parecer con obstinacion incorregible.

Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran, y nos vean como cosa de su corazón. Cuando un niño quiera saber algo que no esté en La Edad de Oro, escríbanos como si nos hubiera conocido siempre, que nosotros le contestaremos. No importa que la carta venga con faltas de ortografía.

No hay águila, ni ninguna otra ave de rapiña que más presto se abalance a la presa que se le ofrece, que nosotros nos abalanzamos a las ocasiones que algún interés nos señalen; y, finalmente, tenemos muchas habilidades que felice fin nos prometen; porque en la cárcel cantamos, en el potro callamos, de día trabajamos, y de noche hurtamos, o, por mejor decir, avisamos que nadie viva descuidado de mirar dónde pone su hacienda.

Harto trabajamos Gabriel y yo junto al puente de Herrumblar dijo D. Diego . Verdaderamente, señora madre, si no es por nosotros... Ello fue que hicimos un movimiento con nuestro escuadrón en tales términos que... ¿te acuerdas, Gabriel? Francamente, si no es por nosotros... Calla, vanidoso dijo doña María . Más ha hecho el señor que y no se alaba de ello.

Antes sólo había trabajo en España para una media docena de escultores. Ahora trabajamos constantemente cerca de un centenar. Yo me acordé entonces del Sr. Salaverría y de sus imprecaciones contra el pesimismo. Indudablemente me dije el Sr. Salaverría tiene razón.

Dile también continuaba Eva que ahora trabajamos y sufrimos mucho. Dile que deseamos verle, una vez solamente, para presentarle nuestras excusas. Mi marido y yo necesitamos convencernos de que

Tienes razón dijo Iriondo con melancolía. ¡Si al menos pudiese ir todos los días al monte con la escopeta, á cazar chimbos!... Pero hay que despachar cinco ó seis barcos por semana. Tu primo quiere tragarse el mundo y todos trabajamos como negros... Además, nos hacemos viejos, Luisillo.

Y ahora, mírale: cualquier tabernero tiene mejor alojamiento después de muerto... Era un poeta, un soñador; y los poetas, no por qué, tienen mala sombra en la política... Yo no creo en él; pero le compadezco y le defiendo por espíritu de cuerpo. Este olvido nos consuela a los que trabajamos sin esperanza en la tienda de enfrente, que es la de los pobres, la del populacho.

Á los 6 comenzaron á batir con seis piezas de artillería el lienzo de la puerta del castillo, desde la misma puerta hasta el turrión de la mano derecha, donde teníamos las municiones, porque no pretendían hacer otro, sino quitárnoslas. Nosotros trabajamos en repararlas y mudarlas donde estuviesen en seguridad. Mudaban luego la batería donde sabían que las habíamos puesto.

Vaya, clarito; en casa no hay religión, y donde falta la religión todo está perdido. Así les castiga a ustedes Dios. ¡Castigarnos Dios! ¡Le parecen a Vd. pocas penas esa enfermedad, esa escasez, esos sufrimientos!... ¿Y qué le hemos de hacer? Todos trabajamos. ¿No has visto la vida que llevan tus hermanos y lo que yo me afano? ¡Pregunta Vd. lo que pueden hacer! ¡Parece mentira!