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¡Cuántos recuerdos encierran estas ásperas cordilleras! Una de ellas, la mas oriental, lleva en su mas avanzado estribo el famoso convento de S. Francisco del Monte, que el caballero cordobés D. Martin Fernandez de Andújar fundó á peticion de D. Enrique III y de la reina D.ª Catalina cabe las ruinas del antiguo cenobio Armilatense.

El rio corre por el fondo de una hoya profunda formada por altos contrafuertes ó cordones de montañas ásperas, sobre un lecho pedregoso, llevando en sus revueltas ondas una espesa disolucion de arenas graníticas y calizas que le dan su tinta cenicienta.

Con gran lucimiento hemos celebrado la boda aquí y en Mâcón. Martes, 9 de marzo 1819, en Saint-Amour en el Franco Condado. Al salir de Chambery el jueves, día 4, he realizado mi proyecto de atravesar el monte Chat para venir aquí, en donde me encuentro desde el viernes, día 6, a la caída de la tarde: ha sido una larga jornada por aquellos espantosos caminos y ásperas pendientes.

Otros eran de pan largo, no había tasa, el gañán podía comer cuanto desease, pero el horno del cortijo sólo cocía cada diez días y las teleras cargadas de salvado eran tan ásperas y de tal modo se endurecían que el amo, echándola de generoso, salía ganando, pues nadie osaba hincarlas el diente, más que en la suprema desesperación del hambre.

Allí abundan las ciénagas, en las cercanías del Océano y de los rios, y con ellas los insectos, las fiebres y los espinos y malezas ásperas que vegetan siempre en los pantanos. El gobierno frances ha emprendido allí vastos trabajos de desmonte y disecacion, que no muy tarde harán de ese triste país una comarca salubre, fértil y próspera.

Para entonces, los diez años corridos desde que le conocimos en la La leva, ya sesentón habían hecho honda mella en su persona. Estaba más encorvado, más flaco, algo trémulo, y con la greña, las patillas y las cejas enteramente blancas, muy ásperas y muy largas.

Al saberlo tuvo un fuerte altercado con su tío, le recriminó con dureza su negligencia y le dirigió algunas palabras ásperas: el pobre D. Manuel apenas supo defenderse: quedose cortado y confundido, murmurando torpemente algunas disculpas.

Diéronle un cuarto que, aunque no bueno, era de lo mejor que había en el edificio; tenía unas cuatro varas en cuadro, blanqueados los muros, la cama hecha con colchones de vieja y apelotonada lana, y las sábanas más ásperas que cutis de setentona.

Con tantos alardes de perfección moral y aquella monomanía de prácticas religiosas, no se podían sufrir sus rasgos de genio endemoniado, su fiscalización inquisitorial ni menos sus ásperas censuras de las acciones ajenas. Pasaban meses sin que ella y su marido cambiasen una sola palabra.

Salió a la calle para buscar quien descerrajase la puerta, tan excitado el ánimo contra su madre y sus hermanos, que casi deseaba no verles llegar para que apareciese más justificado el tropel de ásperas reconvenciones y palabras duras que se le venían a los labios. Mialos, mialos, por donde asoman dijo de pronto la puntillera.