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Actualizado: 24 de junio de 2025
Y después de depositar otro beso, por propia iniciativa, en la frente de Ana, salió de la alcoba con la palmatoria en la diestra mano; con la izquierda levantó el cortinaje granate; volviose, saludó a su esposa con una sonrisa, y con majestuoso paso, no obstante calzar bordadas zapatillas, se restituyó a su habitación que estaba al otro extremo del caserón de los Ozores.
Julián se detuvo en lo alto de la escalera, contemplando las prácticas supersticiosas, que se interrumpirían de seguro si sus zapatillas hiciesen ruido y delatasen su presencia. Si él conociese a fondo la tenebrosísima y aún no desacreditada ciencia de la cartomancia, ¡cuánto más interesante le parecería el espectáculo!
El público del sexo de Lady Clara, y una fracción del sexo opuesto, formado, sin embargo, por personas de poco carácter, adoptaba la opinión de tal periódico. Pero los más no deducían del acto consecuencias morales; les bastaba saber que la raptora había sacudido de sus primorosas zapatillas el encarnado polvo de Fiddletown; lamentaban más bien su pérdida que el crimen cometido.
¡Celso! rugió aquí don Pedro Nolasco, dando patadas en el borde de la meseta en que apoyaba los pies, calzados con zapatillas de cintos negros, lo mismo que el señor Cura y que mi tío. Y entonces me fijé yo en que debajo de las zapatillas calzaba medias alagartadas, verdes, con grandes pintas negras.
Entonces vestía don Fermín un cómodo, flamante y bien cortado balandrán, y en un rincón de la alcoba se escondían las zapatillas de orillo y el gorro con mugre; el zapato que admiraba Bismarck, el delantero, y el solideo que brillaba como un sol negro, ocupaban los respectivos extremos del importante personaje.
Pocas veces había visto yo en mujer alguna concierto más cabal y más donoso entre la palabra y el gesto, entre la idea y el movimiento expresivo. Hasta las puntas de los pies, calzados en menudas zapatillas de abrigo y que apenas alcanzaban al suelo, cantaban, a su modo, en aquella música que parecía un gorjeo.
Para meditarlos, para clasificarlos, para extraerles el jugo, se salía al pasillo, y envuelto en su bata alfombrada y provisto de silenciosas zapatillas suizas, paseaba grave y acompasadamente hasta la hora de almorzar. Después del almuerzo y de reposar algunos minutos, se salía a dar un largo paseo contemplativo por el Retiro.
Calzaba medias azules y zapatillas de «cintos» negros y tenía echado sobre los hombros un gabanote obscuro, forrado de tartán de muchos colores. Nada de corbatín ni siquiera de cuello alto ni planchado.
Ya es un hombre, quiero decir, ya no es un chiquillo». Figúrese el lector cuál sería el asombro de doña Lupe la de los Pavos, cuando vio entrar en la sala a su sobrino, no con zapatillas ni en tren de andar por casa, sino empaquetado para salir, con su capa de vueltas encarnadas, su chaqué azul y su honguito de color de café.
Me vi presa, juzgada, condenada y un terror invencible se apoderó de mí. No tuve ya más que un pensamiento, huir á la suerte que me esperaba, y sin pensar en lo que hacía, sin vestirme, en zapatillas, me lancé á la escalera y eché á correr. Estaba ya en el entresuelo, cuando una mano me detuvo y una voz me dijo bruscamente. ¿Dónde va usted así, Lea? Permanecí como atontada y sin responder.
Palabra del Dia
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