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Actualizado: 24 de julio de 2025
¡Qué intención ni que Cristo, ni qué mal rayo que los parta! profirió Puig llevándose las manos a la cabeza. ¡La han hecho ustedes buena! ¿Y cómo me presento yo en gorra y zapatillas al presidente? ¿Quiere usted mi sombrero y mis botas? le preguntó D. Nemesio. También le puedo facilitar alguna camisa.
Por la tarde, lavada, peinada, perfumada, con una linda bata color crema, sentada al lado del balcón bordándole a él unas zapatillas, no podía darse nada más correcto y a la vez más interesante. Cuando salían de paseo y se ponía un sombrerito de paja adornado con campanillas rojas y el traje negro de seda, regalo de sus papás, era maravillosa.
Comía, recogía los mendrugos de pan que quedaban sobre la mesa, un poco de azúcar y otros desperdicios, se los metía en un bolsillo y echaba a correr. Algunas noches entraba en su hogar gritando: ¡A ver! ¡a ver! las zapatillas y el frasco del anís, que hoy velo a don Santos.
Este hombre, que cruzaba por el mundo en zapatillas, fue el compañero constante de Miguel en sus excursiones marítimas. Claro está que hablaban poco, casi nada; pero nuestro joven había creído comprender por gestos, por gruñidos, más que por palabras, que era simpático a D. Valentín, lo cual podía achacarse a la afición que mostraba a la pesca.
Una zagalona tenía en la cabeza toquilla roja con agujeros, o con orificios, como diría Aparisi; otra, toquilla blanca, y otra estaba con las greñas al aire. Esta llevaba zapatillas de orillo, y aquella botitas finas de caña blanca, pero ajadas ya y con el tacón torcido. Los chicos eran de diversos tipos.
Más allá, los mayores, estudiantes de facultad que lucen calcetines de seda y zapatillas bordadas, se entretienen en hacer rabiar á los pequeñuelos tirándoles de las orejas, ya rojas de tanto recibir papirotazos; dos ó tres sujetan á un pequeñito que grita, llora y defiende á puntapiés los cordones de su calzoncillo: cuestion de ponerle como cuando nació... pataleando y llorando.
El cura entró un momento en la alcoba oscura de la sala, y salió empuñando un par de zapatillas como lanchas, que dejó caer con estrépito a los pies de su sobrino. Ahora quítate esa gabardina. ¿Qué gabardina? La que traes puesta, hombre... no vale nada... parece de papel... Te estás muriendo de frío. Andrés comprendió que se refería al jaquette. No, señor, no tengo frío.
No sería millonario, no soñaría con palacios en el Ensanche y brillantes trenes de lujo; pero al llegar a la vejez se pasearía por una tienda acreditada, con zapatillas bordadas, gorro de terciopelo y la prosopopeya de un honrado patriarca, viendo a los hijos talludos tras el mostrador, como activos dependientes, y a Tónica, hermosa a pesar de los años, con el pelo blanco y los ojos de dulce mirada animándole el arrugado rostro.
Espera un poco, tonta, mira qué buena noche está... hablemos aquí un poco.... Yo no tengo sueño; tiene razón Paco; hablemos dijo don Víctor, que había entrado en su cuarto y se había puesto las zapatillas y el gorro de borla de oro. ¿Cómo hablar? no señor..., a la cama.... Y Ana, coqueta sin querer, amenazó graciosa, provocativa, con cerrar las ventanas y las contraventanas....
Penetró en un cuarto desarreglado, con montones de ropa por el suelo y una mesa en el centro, donde la hija primera de los señores de Belinchón estaba aplanchando una camisa en traje no adecuado a su categoría. Un vestidillo raído y un pañuelo atado a la cintura como las artesanas; en los pies unas zapatillas bastante usadas.
Palabra del Dia
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