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Actualizado: 24 de julio de 2025
Estoy dispuesto a seguirle al instante... Si usted me permite, encenderé el quinqué para quitarme las zapatillas y ponerme los zapatos... Todo lo que usted quiera, señor excusador se apresuró a decir. Puede usted tomarse el tiempo que guste y mandar a la cárcel cuantos efectos tenga por conveniente. El sacerdote sacó un fósforo y se dispuso a encender el quinqué. El juez quedó estupefacto.
Sobre las medias blancas Garabato introdujo las de seda color rosa, las únicas que quedaban visibles en el traje de torero. Luego, Gallardo metió sus pies en las zapatillas, escogiéndolas entre varios pares que Garabato había puesto sobre un cofre, todas con la suela blanca, completamente nuevas. Ahora comenzaba realmente la tarea de vestirse.
Yo no tomo píldoras sin saber la composición indicó Maxi con la mayor buena fe. Estos hombres felices son muy impertinentes. Salió a despedirles a la puerta de la botica, se puso muy tieso, y estirándose todo lo posible sobre la base de sus zapatillas, les siguió con la vista hasta que desaparecieron en lo alto de la calle. vi
El uno de los estudiantes traía, como en portamanteo, en un lienzo de bocací verde envuelto, al parecer, un poco de grana blanca y dos pares de medias de cordellate; el otro no traía otra cosa que dos espadas negras de esgrima, nuevas, y con sus zapatillas.
Estuvo la señora de morros toda la noche, y Fortunata de más morros todavía, sintiendo que se apoderaba de su alma la aversión a toda aquella familia. No les podía ver. Eran sus carceleros, sus enemigos, sus espías. A cualquier parte de la casa que fuese, seguíala doña Lupe. Se sentía vigilada, y el rechinar de las zapatillas de su tía le causaba violentísima ira.
Sus hijas se ocupaban a porfía en ponerle todo lo necesario a punto y en su sitio: la ropa acepillada; las camisas y los calzoncillos oliendo a frescura; las corbatas, hechas de vestidos viejos, tan flamantes como si saliesen de la guantería; las zapatillas en cuanto entraba en casa; el agua para lavarse los pies, los sábados; el cigarro al acostarse; el vaso de agua con limón a la madrugada, etc., etc.
Dijo un veremos que me ha olido a sí... ¡Ah!, no olvides que a las nueve menos cuarto hemos de cenar. A dicha hora despidiose Pez, y Rosalía, trocando su galana bata por otra de trapillo y sus zapatos bajos por unas zapatillas de suela de cáñamo, empezó a disponer la cena. Quejábase de un fuerte dolor de cabeza y no tomaría más que un poco de menestra.
En cambio, si quiere entrar en la política, o si es aristócrata, se compra unos floretes, unas zapatillas y una careta y se inscribe en una academia de esgrima. En Inglaterra no existe el honor caballeresco, y en Barcelona, tampoco. Un barcelonés puede ser un hombre muy digno y hasta un hombre muy sinvergüenza sin necesidad ninguna de tener honor; pero no así un madrileño.
Si yo pensase, como usted, que hay un Dios creador consciente de todos los seres, le mandaría un «besa la mano» felicitándole por haber formado una criatura tan amable y encantadora como mi mujer y dándole las gracias por haberla reservado para mi uso particular. Desgraciadamente no puedo representarme a ese Dios recibiendo en bata y zapatillas mis tarjetas de felicitación.
Así que salimos de la estación, quitose éste, lanzando apagados gemidos, las botas y se puso las zapatillas, colocó el sombrero de castor sobre la rejilla y se encasquetó una gorra de paño. Padece usted de los callos, ¿verdad? le preguntó el caballero gordo con palabra insinuante sonriendo con amabilidad. No señor contestó el otro secamente. ¡Ah!... Como usted se quejaba al sacarse las botas...
Palabra del Dia
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