Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !

Actualizado: 3 de octubre de 2025


Zakunine se pasó una mano por la frente, como si se despertara de un profundo sueño, y dijo: , había que preverlo... Yo he debido preverlo... ¿Sufría mucho? ¡Sufría tanto... tanto!... respondió el Príncipe, con una entonación de tristeza tan profunda, que el mismo magistrado se sintió conmovido. ¿Estaba enferma? preguntó el juez al doctor, después de un breve silencio.

Así, a cualquier lado que el joven se volviera, cualquiera que fuese el partido que pensara tomar, el daño era cierto. Que el instinto lo engañara, que solamente el odio lo lanzara contra Zakunine, eran cosas que Vérod se negaba a mismo: si hubiera podido inspirar al juez una certidumbre tan firme como la suya, la condena de aquel hombre habría sido segura.

Además, los vínculos que la habían ligado con el Príncipe Zakunine estaban fuera de la ley, y su amistad con Vérod estaba contaminada también. Sin haber todavía visto al acusador, con sólo oír su nombre, creía el magistrado reconocer en él a Roberto Vérod, el escritor ginebrino que vivía desde muchos años antes en París y de allí esparcía por el mundo sus libros llenos de amargas enseñanzas.

Zakunine parecía sordo y ciego, no reconocía a las personas que se le acercaban, que intentaban estrecharle la mano, ni oía las palabras de pésame, las frases de dolorida simpatía que le dirigían. Tampoco las respuestas de los criados arrojaban mucha luz sobre el suceso.

Y tomando una mano del joven, le suplicó: Roberto, ¿me perdona usted? Este hizo con la cabeza un movimiento afirmativo. Y al ver que de los ojos de Zakunine brotaban las lágrimas, al ver el llanto de ese hombre de corazón de hierro, concluyó él también por llorar. El alma de Florencia está presente aquí dijo el Príncipe. Ya los sollozos no turbaban su voz: su llanto era tranquilo y suave.

Ferpierre no podía rechazar a priori la idea de que Zakunine había vuelto a amar a Florencia d'Arda, aun después de haberla infligido tantos tormentos: en un espíritu como el suyo, inclinado a los extremos, obediente a solicitaciones contrarias, esa renovación sentimental era posible, especialmente desde que la Condesa amaba a Vérod.

Los informes de la policía decían algo de la influencia que este amor había ejercido sobre el Príncipe. Cinco años antes, en la época en que conoció a la italiana, la actividad política de Zakunine casi había cesado. Parecía que el revolucionario hubiera olvidado sus antiguos ideales, a sus cómplices y todo, para vivir junto a su amiga.

Pero Ferpierre se detuvo bruscamente, previendo que la joven no se habría quedado sin contestar: «No me reí de la mentira, porque en vez de risa tenía que causarme pena. Creyendo que usted me decía la verdad, pensó que Zakunine se acusaba por salvarme, y como él es inocente y yo soy la culpable, no me reí, sino que temblé y dije a usted la verdad...»

Al cabo de un mes, las hojas de publicidad estaban llenas del relato de un caso extraordinario: el Príncipe Alejo Petrovich Zakunine, el nihilista feroz, el revolucionario implacable de quien nadie había tenido noticias durante tanto tiempo, había vuelto a Rusia, a Odesa, por la vía marítima: a bordo del vapor se había descubierto a los agentes de la policía para que le entregaran a la justicia.

Probablemente Zakunine no se había interpuesto porque no podía suponer que el coloquio terminara en tragedia, y en cuanto al arma, tal vez ese día no estaba guardada, o la joven sabía dónde podría encontrarla.

Palabra del Dia

sueldos

Otros Mirando