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Actualizado: 3 de junio de 2025
Por eso importaba cerciorarse de la naturaleza de las relaciones de los dos rusos; pero ninguna luz arrojaron sobre ese punto las declaraciones tomadas en Zurich entre las personas que conocían a Zakunine y a la Natzichet: nadie sabía si en realidad eran amante y querida; algunos lo sospechaban, otros rechazaban la idea, y hasta sobre si eran o no capaces de haber cometido el delito, los pareceres eran también en esa ciudad muy diversos.
Esta lectura inspiró a Ferpierre una grave duda: ¿Habrían asesinado Zakunine y la nihilista a la Condesa para apoderarse de su dinero?... La sospecha no era irrecusable sin examen. En la casa de la muerta se habían encontrado muchos valores, pero la Condesa era tan rica, que bien podía haber tenido en su poder el último día una suma mayor.
Al verlo, cualquiera habría reconocido en él al gran señor y al hombre galante, nadie al revolucionario. Su semblante, primero descompuesto por la desesperación en presencia del cadáver de la amiga, después por la ira causada por la acusación de Vérod, se había calmado y llevaba el sello de una profunda tristeza. ¿Usted es el Príncipe Alejo Petrovich Zakunine? ¿Dónde nació usted?
Y con voz sorda, el arma en la mano, la prometí: «Si no le dejas, te mataré.» Ella volvió a juntar las manos, siempre suplicante: «¡Máteme!...» «¿No quieres dejarle?» «¡Máteme!...» «¿No?» oí los pasos de Zakunine, su voz que llamaba. ¡La maté! Jadeante, se calló. ¿Y no se arrepiente usted? No me arrepiento.
¡Si había un culpable!... Efectivamente: suponiendo que Vérod denunciara al juez la mentira de la Natzichet, ¿cómo podría convencerle de la culpabilidad de Zakunine? Si la inocente se acusaba por salvar al reo, ¿cómo inducir al reo a confesar?
Una visita de pocos días cada dos semanas y hasta cada mes, ¿podía satisfacer a un corazón enamorado y celoso? ¿Podía Zakunine, si la amaba, permanecer lejos, cuando sabía que otro quería arrebatarle su bien?
De ese modo se aclaraba el misterio. Pero todavía faltaba que Ferpierre llamara a Zakunine.
Pero Vérod negaba hasta eso mismo, porque para él no era concebible que un hombre como Zakunine inspirara una pasión sincera.
Ferpierre llegaba así por una parte, a la confirmación de los razonamientos que se había hecho ya; pero, por la otra, se sentía inducido a considerar agravada y en mucho la condición de la Natzichet. Al ver que Zakunine no era enteramente suyo, que por amor, o por compasión, o por respeto, o por interés, pertenecía aún a la Condesa, podía la rusa haber odiado a ésta última.
Pero si la Condesa hubiera querido entregarse a la inclinación que sentía por usted, nadie se lo habría impedido cuando Zakunine estaba lejos. Y ahora mismo, ¿necesitaba en verdad pedir licencia a ese hombre? Si el impedimento hubiera venido de él, ella habría podido rebelarse y desafiarlo; pero no venía de él, sino de ella misma, de su íntima conciencia. Por consiguiente, la hipótesis es absurda.
Palabra del Dia
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