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Actualizado: 3 de junio de 2025
Al ver probada la inocencia de Zakunine, veía que había lanzado la acusación por odio directo a él, bajo la inspiración de una voz secreta que le decía que ese era el asesino: a ese hombre, no a la mujer, tenía que pedir cuentas de la muerte de la infeliz.
La villa Cyclamens estaba alquilada a una señora milanesa, la Condesa d'Arda, que la ocupaba todos los años, de junio a noviembre. La amistad de la Condesa con el Príncipe Alejo Zakunine, revolucionario ruso que había sido condenado primero en su país, expulsado en seguida de todos los Estados de Europa y refugiado últimamente en el territorio de la Confederación, era conocida desde tiempo atrás.
Desprendiéndose del brazo, se pasó Zakunine una mano por los ojos, y en seguida se alejó. En el umbral de la puerta, antes de desaparecer entre las sombras, se volvió una vez más. ¡Adiós!
Si esta era la justa explicación de los sentimientos de Zakunine ¿cuál era el efecto que su acción había producido en el ánimo de la Condesa? ¿Amando como amaba a otro hombre, podía haber estado celosa de la nihilista, y en la impotencia de los celos haberse dado la muerte? Eso no se podía creer.
»Sor Ana, ruegue usted por mí.» Pasaron los años, y la Condesa Florencia d'Arda, el Príncipe Alejo Zakunine y Alejandra Natzichet se fueron borrando poco a poco de la memoria de los hombres.
En el público las opiniones continuaban dividiéndose: Si la Condesa, perdido su amor por Zakunine, había esperado, sin embargo, permanecer con él, respetada y protegida, el tener que renunciar a esa última ilusión podía haber colmado la medida y determinado el suicidio.
Pero por más que el magistrado creyera que todo era posible en el mundo, no admitía que Zakunine fuera perverso hasta el punto de matar por robar. La suposición que se podía, que se debía hacer lógicamente era otra: Zakunine volvía al lado de la Condesa, no porque sintiese amor hacia ella, sino por la necesidad de la ayuda que pudiera darle espontáneamente.
Recordando el diario de la muerta y las mismas confesiones del Príncipe, debía convenir Ferpierre en que la culpable no era la Condesa sino el mismo Zakunine.
Pero el comportamiento del Príncipe en los últimos tiempos no era para acoger tal hipótesis. Si de las declaraciones de Julia Pico resultaba que recientemente Zakunine había sido bueno con su antigua querida, también era cierto que había continuado viviendo lejos de ella.
Entonces ¿usted volvió al lado de la Condesa y se mostró arrepentido de sus faltas para con ella, únicamente porque necesitaba usted dinero? ¿Qué dice usted? profirió Zakunine desdeñosamente. Y entonces ¿por qué? insistió el juez. Yo le sugerí que volviera al lado de la Condesa dijo la joven. Y como el Príncipe hiciera un nuevo movimiento de protesta, agregó: No tema usted perjudicarme.
Palabra del Dia
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