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Actualizado: 28 de junio de 2025
A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer y mujer y marido hacia un porvenir mucho más vital: un hijo: ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?
Tampoco sabemos á qué sirven muchos otros seres, y no obstante, ni por eso negamos su existencia, ni ponemos en duda su utilidad. ¿Quién nos ha dicho que la fuerza vital que reside en el bruto no haya de tener ningun objeto en destruyéndose la organizacion que ella animaba?
El pájaro que muda su pluma cada estación, está triste, y más triste aún la pobre culebra al cambiar de piel. El ser racional muda también la piel y todos sus tejidos cada mes, cada día, á cada instante, perdiendo un poco de sí mismo incesantemente, con suavidad. No está abatido, sino algo debilitado, en un momento vago y de ensueño en que palidece la llama vital para reaparecer más lúcida.
Ambos gigantes de piedra, animados por un soplo vital, se armaron con sus propias rocas para destrozarse y demolerse mutuamente. No lo consiguieron, porque aún siguen en pie, pero es fácil de imaginar el prodigioso hacinamiento de peñas que, desde aquel combate, cubren á lo lejos las llanuras.
Justamente; tal es la sensación que todo habitante de las grandes ciudades experimenta en el campo, bajo la influencia del aire puro... El organismo, acostumbrado al aire enrarecido y contaminado de la ciudad, siente las consecuencias de una oxigenación más intensa, y como el oxígeno es el elemento vital, por excelencia, llegamos a la conclusión de que estás, Lorenzo, empezando a sentirte... ¡ebrio de vida!...
Los hombres de inteligencia poco común, que han llegado á adquirir cierta condición mórbida, poseen á veces esta facultad de hacer un esfuerzo poderoso en el cual invierten la fuerza vital de muchos días, para permanecer después como agotados durante mucho tiempo. Ester, con los ojos fijos en el ministro, se sentía dominada por tristes ideas, sin saber por qué ni de qué provenían.
Pero la certidumbre expresada por Goethe y afirmada después por la Condesa d'Arda ¿qué podía valer contra las persuasiones del instinto vital? ¿A cuántos impide amar nuevamente el saber que el nuevo amor terminará como el primero? La certidumbre de morir que se tiene ¿es acaso una razón para suicidarse?
Buscaba impresión lejana de ellas, en la fisonomía de aquel agonizante secular, sobre sus grandes rasgos cuyo pálido relieve se dibujaba en la sombra, como el de una máscara de yeso, y sólo veía en ellos la gravedad y el reposo prematuros de la tumba. Por intervalos me aproximaba á la cabecera, para asegurarme si el soplo vital movía aún aquel pecho destruido.
Se diría que madre é hija estaban comunicando su calor vital á la naturaleza medio congelada del joven eclesiástico. Los tres formaban una cadena eléctrica. ¡Ministro! susurró la pequeña Perla. ¿Qué deseas decir, niña? le preguntó el Sr. Dimmesdale. ¿Quieres estar aquí mañana al mediodía con mi madre y conmigo? preguntó Perla.
Tuvo delirios que le hacían gritar con el terror de la pesadilla, y cuando después de largos desvanecimientos desentornaba los ojos, veía a María de la Luz sentada junto a la cama, inclinando sobre él su cabeza, como si buscase en su aliento la llegada de la reacción vital que habla de salvarle. La convalecencia no fue larga. Una vez pasado el peligro, la herida se cicatrizó rápidamente.
Palabra del Dia
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