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Anda, Rafaé dijo ella con la precipitación del miedo; márchate en seguía. Amanece, y mi padre se levanta pronto. Además, no tardarán en salir los viñadores. ¿Qué dirían si nos viesen a estas horas?... Pero Rafael se resistía a irse. ¡Tan pronto! ¡Después de una noche tan dulce!... La muchacha se impacientaba. ¿Para qué hacerla sufrir, si se verían pronto?

El aperador rondó por cerca de la puerta sin ver a María de la Luz. Bien entrada la mañana, el señor Fermín, que vigilaba la carretera desde lo alto de la viña, vio al final de la cinta blanca que cortaba el llano una gran nube de polvo, marcándose en su seno las manchas negras de varios carruajes. ¡Ya están ahí, muchachos! gritó a los viñadores. El amo llega.

Esto es más sensible, por cuanto las cepas están cargadas de racimos que han sido destrozados por el furioso vendaval y el granizo que despedía a su paso. Estoy muy triste; pues que además de haber perjudicado nuestro pequeño bienestar, los pobres viñadores de la comarca quedan en la miseria.

María de la Luz caía y caía en el agujero negro de la inconsciencia, y al caer se agarraba con desesperación a este sostén, concentrando en ello toda su voluntad, dejando el resto de su cuerpo en insensible abandono. A principios de Enero, la huelga de los trabajadores se había extendido por todo el campo de Jerez. Los gañanes de los cortijos hacían causa común con los viñadores.

Otra copa. ¡Olé, mi niña, valiente! ¡Siga la juerga! Bailaban en medio del corro algunas muchachas, con torpeza de campesinas, haciendo frente a los viñadores no menos rústicos. Eso no vale gritó el señorito. ¡Fuera, fuera! A ver, maestro Águila continuó dirigiéndose al tocador. Un baile de señorío por todo lo alto. Una polka, un wals, cualquier cosa.

Luego, cada cuatro días, llegaba impresa en hoja suelta, con renglones cortos, alguna de las cartas que «el ciudadano Roque Barcia dirigía a sus amigos», con frecuentes exclamaciones de «óyeme bien, pueblo», «acércate, pobre, y compartiré tu frío y tu hambre», que enternecían a los viñadores, haciéndoles tener gran confianza en un señor que les trataba con esta fraternal simpleza.

También hacían entonces la poda, que provocaba conflictos entre los viñadores y hasta algunas veces había ocasionado muertes, por si debía hacerse con tijeras, como deseaban los amos, o con las antiguas podaderas, unos machetes cortos y pesados, como lo querían los trabajadores.

Entre las asociaciones libres de Vevey hay una que, ademas de ser curiosa por las tradiciones y costumbres que mantiene, da la medida del interes que allí se toma por la agricultura, y de la fecundidad del espíritu de asociacion: hablo de la Abadía de los Viñadores, congregacion muy antigua de los cultivadores de viñas y propietarios mas interesados en ellas.

Formáronse en grupos los viñadores, en torno del aljibe, que elevaba sobre la replaza su gran aro de hierro, rematado por una cruz. Al llegar arriba el sacerdote con su séquito, Dupont abandonó el cirio para arrebatar al gañán encargado del cuidado de la capilla, el hisopo y el caldero de agua bendita.

Al salir de las tierras de Dupont y verse en la carretera, los hombres rompieron a hablar. Detuviéronse un instante para fijar su vista en lo alto de la colina, donde se destacaban las figuras de don Pablo y sus empleados, empequeñecidas por la distancia. Los viñadores más jóvenes miraban con desprecio el cirio regalado, y apoyándolo cerca del vientre, lo movían con cinismo, apuntando a lo alto.