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Calzaban alpargatas deshilachadas, o iban con los pies desnudos sobre los fríos baldosines. Vestían ropas remendadas y mugrientas. Algunos no tenían otro traje que la camisa y un pantalón de hombre sostenido por un tirante que les cruzaba el pecho. Llevaban rapadas las cabezas, mostrando muchos de ellos la extraña configuración de sus huesos craneanos.

La piedad de otros siglos, crédula y grosera, aparecía tan absurda al mostrarse en pleno siglo de descreimiento, que el mismo don Antolín, tan intransigente hablando de las glorias de su catedral, bajaba la voz y apresuraba la relación al señalar el pedazo de manto de santa Leocadia cuando se «apareció» al arzobispo de Toledo, comprendiendo lo difícil que era explicar de qué tela se vestían las apariciones.

Era el médico que Rojas había ido á buscar la noche anterior en el pueblo más próximo. Pasados unos minutos llegaron á la pradera Canterac, Torrebianca y Watson. El capitán y el marqués vestían largas levitas, menos flamantes que la de Pirovani, y corbatas negras: lo mismo que si asistiesen á un entierro. Watson llevaba simplemente un traje obscuro.

En sus festividades se adornaban todos ellos la cabeza con plumas de colores: los hombres se presentaban desnudos, ó cubiertos solamente con una especie de camisa sin mangas; las mugeres vestian la misma camisa, llevaban los cabellos sueltos y se pintaban la cara de negro y de rojo á imitacion de los indios; quienes se agujereaban ademas los labios y la nariz para adornarse con argolletas: un collarin, hecho con los dientes de sus enemigos muertos en el combate, era entre tanto el adorno que ostentaban con mas ufanía.

Lo mismo hacían con los muchachos y muchachas, que corrían, hasta que se casaban, al cargo del padre, así en el alimento y vestido como en la educación y aplicación al trabajo. Tenían en cada pueblo una casa en que recogían a las indias de mal vivir, a los enfermos habituales y viejos impedidos; allí los sustentaban y vestían, aplicando cada uno a lo que podían.

Cambiaba el diario espectáculo de mares y tierras, cambiaba la temperatura y el curso de los astros; las gentes, arrebujadas en gabanes invernales, vestían de blanco una semana después y buscaban en el cielo las nuevas estrellas del opuesto hemisferio... y su camarote siempre igual, como si fuese un rincón de un planeta aparte, insensible á las variaciones de este mundo.

La sociedad de la Gorgheggi las enorgullecía, como a la Valcárcel, y el respeto con que todos las trataban en el escenario y en el cuarto de la cantante, también las halagaba mucho. Serafina estaba en sus glorias, viéndose admirada y considerada por aquellas jóvenes de la aristocracia, cuyos finos modales y hasta el luto que vestían daban dignidad y nobleza a su tertulia de los entreactos.

Estos, en número casi infinito, eran tan vistosos y gallardos que daba gozo verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de cuero finísimo, recamadas de oro y plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, á modo de senadores venecianos.

No se les podía tildar de avaros, pues en vivir bien, a su modo, gastaban con largueza; pero la palabra prójimo era para ellos letra muerta. Delataban su holgura la bien rellena cesta que su criada Severiana les traía de la compra, la costosa ropa que vestían, y algún viaje de veraneo que, aun hecho en tren botijo, era mirado por los vecinos como rasgo de insolente lujo.

El viejo Salomón con sus ropas raídas y sus cabellos blancos parecía arrastrar a aquella honesta compañía con los mágicos acentos de su violín; arrastraba a las matronas prudentes, que llevaban tocados en forma de turbantes; a la propia señora Crackenthorp, que tenía la cabeza adornada con una pluma perpendicular cuya punta llegaba al hombro del squire; arrastraba a las bellas jóvenes que pensaban con satisfacción en sus talles cortos y en sus ropas sin pliegues adelante; arrastraba a sus padres corpulentos que vestían chalecos abigarrados y a los hijos rubicundos, en su mayor parte avergonzados y cohibidos, con pantalón corto y frac de largos faldones.