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Los ocho músicos de que constaba la banda vestían aún, cuando iban a tocar de ceremonia, el antiguo uniforme de la extinguida institución defensora de nuestras libertades. Eran los músicos menestrales o jornaleros de los más listos; no tocaban mal, y siempre el Municipio les pagaba un buen estipendio: seis y hasta ocho reales a cada uno.

La mayoría de las mujeres vestían sus más elegantes toilettes con pieles, porque soplaba un viento frío venido del Arno; la esencia de las flores vagaba en el ambiente, y las risas e incesante charla resonaban por todos lados, porque la antigua ciudad de rojas azoteas estaba llena de alegría.

Salía de ellos con las manos y los bolsillos repletos, para abrumar con una prodigalidad de paquetes al primer soldado que encontraba. A veces el favorecido sonreía cortésmente, dando las gracias con palabras reveladoras de un origen superior, y pasaba el regalo á otros compañeros que vestían un capote tan grosero y mal cortado como el suyo.

Gracias a la fortuna y desprendimiento de Susana, vivían con lujo, iban a bailes, teatros y saraos; viajaban, tenían coche, vestían con exquisita elegancia, trayendo para ambas de París la mayor parte de las galas, y, en una palabra, capricho sentido era en ellas gusto satisfecho.

En los días de trabajo vestían de percal, mantoncito de lana atado atrás y pañuelo de seda al cuello, dejando al descubierto, por supuesto, la cabeza. Nieves, por excepción, traía al diario mantón de la China negro con fleco. Acaban de ponerse al trabajo después de comer. El sol penetra por los dos balcones de la sala al través de los visillos.

Me parece que veo al sacerdote, venerable anciano de aspecto dulcísimo como San Vicente de Paul, que, seguido de los acólitos que vestían mantos nuevos y sobrepellices limpias, descendía, trayendo en una mano áureo copón, y en la otra la Forma Inmaculada.

¡Cuidado! gritó Materne. Oíanse también los relinchos de un caballo que se hallaba fuera y las recias pisadas de una muchedumbre de gentes que andaban por el pasillo, por el patio y delante de la alquería; la casa parecía conmoverse hasta sus cimientos. De repente, sonaron unos disparos en las ventanas de la sala baja. Las dos mujeres se vestían apresuradamente.

Además, también sabía ella cortar para hombre; y si quería probarlo, encargárale un traje, que de fijo no saldría menos elegante que el que le hicieran los cortadores de portal que a él le vestían. Toda la ropa de su Antonio se la hacía ella, y que dijeran si andaba mal el chico... ¡a ver!

De ver era mirar como salian, Con mil disfraces hombres y las damas, Que aquel punto los indios se vestian, Los otros aun se estaban en sus camas. Algunas sus afeites se ponian, Sirviendo estaban mozas á sus amas, Y dejarlas huyendose á la calle A salen tras ellas de mal talle.

Veíanse trajes caprichosos y románticos, que no admitían clasificación; uno de noche estrellada, otro de tulipán, otro de paloma viajera con una cartita al cuello. Los hombres en general no llevaban disfraz: vestían la larga y desairada levita, que sólo salía a relucir en ocasiones como ésta.