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Actualizado: 3 de junio de 2025
Pepita sanará de su amor y olvidará la flaqueza que ambos tuvimos. Desde aquella noche no he vuelto a su casa. Antoñona no parece por la mía. A fuerza de súplicas he logrado de mi padre la promesa formal de que partiremos de aquí el 25, pasado el día de San Juan, que aquí se celebra con fiestas lucidas, y en cuya víspera hay una famosa velada.
El ruido mismo, sordo y sereno, acompaña, con su nota profunda y velada, el himno interior. Es entonces cuando se aman la luz, los cielos, los campos, los aspectos todos de la naturaleza.
Aquella actitud podía significar muchas cosas, pero yo quise ver en ella tan sólo un acto ingenuo de condescendencia y de bondad que aun me la presentó más adorable y me desconcertó para todo el resto de la velada. Ella conservó cierto encogimiento por espacio de algunos minutos. La conocía yo demasiado para poder equivocarme.
Al fijarme en aquellos ojos fijos en nosotros, ¿tuvo Magdalena una sospecha? Lo creo, porque se volvió de pronto como para sorprenderme. Yo sostuve el fuego de su mirada, el más inmediato y más clarividente que jamás he afrontado. Si se hubiese tratado de su vida no habría yo estado más resuelto a un acto de temeridad que me exigió el mayor esfuerzo. El resto de la velada se pasó mal.
Las damas y los caballeros discurrían por los caminos enarenados aspirando con delicia el fresco de la noche, embalsamado por los aromas de las flores. Sólo había un punto negro en aquella deliciosa velada. Al aproximarse a la verja vislumbraban a la muchedumbre de obreros, mujeres y niños que habían acudido de Riosa al ruido de la fiesta.
Tiene por ella la adoración religiosa que un buen cristiano dedica a la santa de su iglesia, a la Virgen de su capilla, a la imagen casta y velada que resplandece en el fondo del santuario. Los españoles somos así. Sabemos amar simplemente, heroicamente, sin ninguna esperanza mundana, sin otra recompensa que el placer de caer de rodillas ante una imagen venerada.
La silueta de los lejanos bosques, le hacía pensar en el asunto de los deslindes y de pronto se decía, no sin una secreta satisfacción, que entre los usuarios de Val-Clavin estaba una cierta viuda, de serenos y límpidos ojos, de cabellos castaños que le caían en graciosos rizos sobre las sienes, en compañía de la cual había pasado una agradabilísima velada.
La luz de la tarde, velada por finísimas nubecillas, suavizaba los contornos de la llanura verdeante y de los bosques que el lejano horizonte pintaba de gris. El velado azul del cielo y la difusa claridad que llenaba los espacios se armonizaban muy bien con los flotantes pensamientos de Delaberge. Para decirlo, en verdad más eran aquello ensueños que pensamientos.
Los viejos siguieron su paseo, haciendo interminables comentarios e infinitas hipótesis acerca de aquella visita inesperada. María continuó obstinadamente pegada a los cristales del balcón, velada a los ojos de sus amigos por las grandes cortinas de damasco.
Aquella noche Cándida, la huesuda señorita que ya conocemos, en vez de ir a besar la mano al P. Melchor y sentarse a su lado y cuchichear toda la velada, fue a hacer lo mismo con el P. Norberto. ¿Por qué esta deserción? En la tertulia nadie lo sabía más que los interesados y D.ª Rita.
Palabra del Dia
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