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Actualizado: 12 de julio de 2025


Ni el uno ni el otro habían seguramente conservado una impresión desfavorable de su primer encuentro, pero era una impresión vaga, fugitiva, efímera, la duración de un vals; mientras que en aquellas horas de angustia suprema, cada una de las cuales podía ser la última, sus almas no temían mostrarse al desnudo.

Mas, repentinamente, se iluminó; sus ojos brillaron; todo su rostro, que era asaz insignificante, se transfiguró adquiriendo cierto encanto indefinible. Era que Pepe Castro se acercaba a saludarla. ¡Preciosa, preciosa! dijo el adonis en tono distraído, inclinándose con afectación. La niña se puso fuertemente colorada. ¿Quiere usted bailar el primer vals conmigo?

A medida que el tiempo pasaba y se acercaba el vals que Antoñita había prometido a Amaury, la pobre niña miraba a Magdalena con inquietud manifiesta. Más de una vez chocaron sus miradas con las de ella y cuando esto sucedía Antonia inclinaba su cabeza al mismo tiempo que en los ojos de Magdalena brillaba el fulgor de un relámpago.

Con tal que el próximo vals sea mío... le contesté. ¡Oh, bien claro! tenemos un compromiso formal me contestó, y soltándome el brazo, lo entregó coquetamente a mi tío Ramón y ambos se retiraron del grupo. ¿No es cierto que mi hija es charmante? dijo el doctor Montifiori al verla retirarse.

Y abriendo violentamente la puerta una gran bocanada de aire ensordeció sus oídos con el vals de La Gran Duquesa, apagando por completo el dulce silbo del cielo, el piadoso clamor de la misericordia: Ora pro nobis!... Por calles extraviadas y volviendo siempre la cara atrás, cual si le persiguiesen, llegó a casa de la Albornoz muy agitado.

Dirigióse á sonriendo y me dijo: «¿Quiere usted que bailemos un pocoAl mismo tiempo escuché los acordes de un vals de Strauss, tocado admirablemente por una orquesta invisible. Nos pusimos á bailar. Ella se abandonó en mis brazos como una niña y corrimos el salón de un cabo á otro sin tocar apenas en el suelo. Yo, sin gastar preámbulos, le declaré mi amor con palabras fogosas y apasionadas.

La orquesta toca otro vals, el público protesta; afortunadamente se presenta un héroe caritativo que distrae la atencion y redime al empresario; es un señor que ha ocupado una butaca y se niega á cederla á su dueño, el filósofo don Primitivo. Viendo que sus argumentos no le convencían, don Primitivo acude al acomodador. ¡No me da la gana! le responde el héroe fumando tranquilamente su cigarrillo.

El caballero se detuvo a la puerta esperando que cruzasen cinco o seis parejas que venían girando al compás de un vals, y sus labios descoloridos se plegaron con sonrisa tan dulce como triste. ¡Qué tarde! No pensábamos que usted viniera ya exclamó la señora alargándole su mano fina, nerviosa, que se contrajo tres o cuatro veces con intensa emoción al chocar con la de él.

Quilito, con la cara muy afligida, dijo que los había gastado en muchas cosas, en muchísimas cosas, en libros, por ejemplo... Bien está, le prestaría los dos pesos, pero con la condición que no había de tirarlos de mala manera. Y mientras el joven intentaba hacerla dar unas vueltas de vals, en señal de regocijo, ella le espetaba el sermoncito con que solía sazonar sus dádivas.

Cuando el sacerdote terminó la ceremonia, mi tío se echó en brazos de Fernanda y Montifiori en brazos de su hija: los amigos hicieron iguales demostraciones con los novios; no hubo sollozos ni lágrimas, y apenas hubieron terminado las felicitaciones, cuando la orquesta inició el baile, con aquel mismo vals de Metra que yo había bailado con Blanca un año antes, en el Club del Progreso.

Palabra del Dia

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