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RodolfoRara vez salía yo de casa, y sólo para visitar a don Román. Me pasaba la mañana en mi cuarto, y la tarde en el jardincillo, entregado a mis poetas favoritos. ¿Qué libro lees ahora? solía preguntarme el «pomposísimo», cuando iba a verle. ¿Lamartine? ¿Víctor Hugo? ¿Novelitas de Dumas? Contestaba yo afirmativamente, y el buen anciano hacía un gesto, gruñía, y agregaba mohino: ¡Uf!

¿Conque ahora mandas ? le decía con sorna vaya, hombre, me alegro: pon un bando en el pasillo. ¡No! No saldrás sino cuando yo quiera; y, sobre todo, no vuelves a poner los pies donde has estado esta tarde. ¿Piensas que no a lo que vas? Eres mi hermana, ¿lo entiendes? y antes de que pierdas la vergüenza, seré capaz de ahogarte. ¡Uf! ¡qué miedo! Mañanita vuelvo si se me antoja...

Ni sobre tu palabra, ni sobre tu dinero, grandísimo trasto.... Me voy, me voy añadió con un gesto de mimo, levantándose y corriendo a mirar la hora al reloj de la chimenea . ¡Uf, qué tarde!... Adiós, chiquillo. Y se precipitó a la puerta extendiendo la mano a su amante sin mirarle. Este no pudo besarle más que la punta de los dedos.

Es claro, esa muchacha es de suyo vistosa y arrogante; después, tiene unas manos divinas para cortar y coser, y hace un vestido de baile aunque sea de unas enaguas.... Si no digo yo lo contrario.... Y al verla en la calle compuesta, como ella tiene aquel semblante y aquel cuerpo..., ¡uf!, lo que menos se figura la gente que lo ha ganado de mala manera.

Vivíamos en Sevilla muy cerquita de su casa. Es fiscal de la Audiencia y tiene las tres hijas que vas a ver... ésta es la primera, Sofía. ¡Uf qué fea!... Dispénseme VV., no he podido remediar este grito... Di lo que gustes manifestó la brigadiera. Hace ya tiempo que estamos todos en ello. Mira la tercera, Gertrudis. Pues ésta es más fea aún. Aquí está la segunda, Lola.

Rió forzadamente, dirigiendo una mirada inquieta a Calderón. Si insistía, aquella pánfila era capaz de repetir en voz alta la atrevida frase que acababa de decirle. Por supuesto siguió Pepa que yo me meto lo menos posible en sus reyertas. Ni voy apenas por su casa. ¡Uf! ¡Me crispa el hacer el papel de suegra!

Cuando se vio en la calle sintió la necesidad de desahogar su pecho. Pensó en María Josefa, que vivía allí cerca y que profesaba a la niña expósita tierno cariño. Entró en su casa agitada, trémula, y antes de pronunciar palabra dejose caer en un sofá, dándose aire con la punta de la mantilla. ¡Uf!

Y eso que esta tiene fama de virtuosa, ¡uf! ¡yo lo creo!... La virtuosísima señora ministra de Gracia y salero... ¡pero, señor, cómo demonches se llama ese tipo de ministro!...

¡Uf! ¡Cómo se ponía la venturá de mi maresita cuando me oía esta copla! Al fin, una tarde se había fugado y se había estado tres días sin volver a casa. De esta salida había resultado compuestita, y no hubo más remedio que ceder a casarlos. El matrimonio no hizo más que acrecer sus desdichas. Fierabrás era albañil; pero en vez de traer el jornal a casa, se gastaba una gran parte en las tabernas.

Entonces serán de los dos repuse. No hay nada perdido. Vamos, dígame usted algunos suyos. Si usted es poeta estará enamorado, ¿eh? ¡A que ! Todos los poetas son muy enamorados. Pepe Ruiz ¡uf! a todas cuantas veía les pedía la conversación.