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Actualizado: 6 de junio de 2025
Imposible le era tranquilizarse, tanto más, cuanto que tenía siempre ante la imaginación la figura de Clara, de rodillas, con los ojos llenos de lágrimas y los brazos cruzados. Dábale compasión y después ira, sucediéndose tan atropelladamente estos dos sentimientos, que creyó sentir como una ebullición en el pecho y un vértigo en la cabeza.
Pero inmediatamente, temiendo que el doctor se ofendiese, procuró tranquilizarse: ¡No, no, querido doctor! No tome usted en serio lo que acabo de decirle. Bien sé que es usted un hombre excelente y cumple concienzudamente con su deber. Usted se parece a San Erasmo. También es un buen santo. ¿Usted le ha visto? ¡Ya lo creo! Yo he visto a todos los santos.
Lo primero que se le ocurrió fue hacer saltar de un bastonazo el ventanillo y llamarle, por tranquilizarse escuchándole contestar; pero desde el sitio donde solían ponerle la butaca, junto al balcón del comedor, era difícil que oyera: hablarle desde las ventanas de los vecinos que daban al patio, también era inútil; y mientras rápidamente lo concebía, la imaginación le presentaba a los ojos a su padre postrado en la butaca, silencioso, triste, en cruel soledad toda la tarde.
Porque allá, en el fondo del alma, y sin querer confesárselo, nuestro joven sentía la mordedura de los celos. Cuantas reflexiones se hacía y argumentos poderosos a sí mismo se presentaba para tranquilizarse, no bastaban a arrancárselos del pecho. Había pensado, mientras el Duque estuvo por allá, que ya nunca más se acordaría de aquel rincón.
Era el final lógico de una vida de aventuras, de aquel modo audaz de ganarse la existencia con riesgo de la piel. ¿No le había visto llegar muchas veces a la casucha chorreando sangre de tremendas heridas?... Pareció tranquilizarse Feli, sin que por esto dejase de llorar cuando se veía sola.
Magdalena pareció tranquilizarse a costa de un gran esfuerzo y preguntó por el cura. Ya ha venido respondió el señor de Avrigny. Quiero verle en seguida dijo Magdalena. Entonces su padre envió a llamar al sacerdote, que no tardó en presentarse.
Querían entrar en la enfermería para ver a Pachín y tranquilizarse. Acogían con incredulidad las palabras de un camarero español que, obedeciendo la consigna, les juraba por su salud que el enfermo estaba mejor. Chocaban sin éxito contra el marinerote rubio que obstruía la puerta con su rudeza de roca. El médico había prohibido la entrada y era inútil insistir.
Los otros andan como avestruces detrás de la marquesa: el capitán, el italiano, el empleado del gobierno que lleva los papeles; ¡todos locos, y mirándose como perros!... Y el marido no ve nada; y ella se ríe de ellos y se divierte en hacerlos sufrir... Yo creo que ningún hombre de los que vienen á la casa le gusta. Celinda no parecía tranquilizarse con tales palabras.
Un grito de espanto se le escapó al intendente, que se puso lívido aunque tratara de tranquilizarse diciéndose que probablemente Marta se había levantado temprano. Estas últimas palabras hicieron renacer una sonrisa de alivio en los labios del intendente. Bajó la escalera corriendo y le preguntó al portero si no había visto al aya.
Pero ahora, después de Lutzen y Bautzen, en vez de tranquilizarse, la gente le recibía a uno con cara de mil demonios; no se podía obtener nada sino por la fuerza; cualquiera hubiera dicho que estábamos en España o en Vendée.
Palabra del Dia
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