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Actualizado: 21 de junio de 2025
D. TELL. ¿Sois por dicha, hidalgo, vos El alcalde de Castilla Que me busca? REY. ¿Es maravilla? D. TELL. Y no pequeña, ¡por Dios!, Si sabéis quién soy aquí. REY. Pues ¿qué diferencia tiene Del Rey, quien en nombre viene Suyo? D. TELL. Mucha contra mí. Y vos, ¿adónde traéis La vara? REY. En la vaina está, De donde presto saldrá, Y lo que pasa veréis. D. TELL. ¿Vara en la vaina? ¡Oh, qué bien!
Don Quijote quedó suspenso y atónito, así de la arrogancia del Caballero de la Blanca Luna como de la causa por que le desafiaba; y con reposo y ademán severo le respondió: -Caballero de la Blanca Luna, cuyas hazañas hasta agora no han llegado a mi noticia, yo osaré jurar que jamás habéis visto a la ilustre Dulcinea; que si visto la hubiérades, yo sé que procurárades no poneros en esta demanda, porque su vista os desengañara de que no ha habido ni puede haber belleza que con la suya comparar se pueda; y así, no diciéndoos que mentís, sino que no acertáis en lo propuesto, con las condiciones que habéis referido, aceto vuestro desafío, y luego, porque no se pase el día que traéis determinado; y sólo exceto de las condiciones la de que se pase a mí la fama de vuestras hazañas, porque no sé cuáles ni qué tales sean: con las mías me contento, tales cuales ellas son.
Porque se le ocurrió impedirme el paso á un carro cargado de víveres que tenían los franceses, observó Sir Oliver, con gran risa de todos los presentes. ¿Cuántos reclutas me traéis? le preguntó el príncipe. Cuarenta hombres de armas, señor, contestó Sir Oliver. Y yo cien arqueros y cincuenta lanzas, dijo el señor de Morel; pero cerca de la frontera navarra me esperan otros doscientos hombres.
Los grandes no tienen hijos ni padres. Al duque de Uceda le tarda llegar á la privanza y no perdona medio. Todo esto es grave, gravísimo dijo el que todo lo veía por el lado serio. Pues hay además algo que aumenta la gravedad de estos sucesos. ¡Qué! ¡Qué! Se cree... dijo el alférez, bajando más la voz y con doble misterio. ¡Pero traéis un saco de noticias, alférez! Que doy de balde.
Temió que, replegado á la pared contra la puerta de una casa, teniendo inmediatamente pegada á sí á las espaldas para protegerla de todo ataque de costado á doña Clara, no la hubiese alcanzado algún golpe del bufón. ¡Una luz, una luz! exclamó Quevedo . ¿No traéis con vosotros una luz para ver lo que ha acontecido á doña Clara? ¡Cómo! ¿Está doña Clara con vos? dijo el padre Aliaga.
No tardará en volver para despojarme de los zapatos y de este camisolín, que para lo que tapa.... ¡Nuestra Señora de Rocamador me valga! ¿Y cómo fué ello? preguntó Roger, lleno de asombro. ¿Son ésas las ropas que me traéis? Dadme acá, por favor, que éstas ni el Papa me las quita, aunque le ayude todo el Sacro Colegio. ¿Que cómo fué?
No sé por qué decís eso, amigo Velludo, si no es porque aquí hay un olor á muerto que vuelca. Yo creo que traéis ese olor metido en las narices, amigo Saltillo. Pronto hemos de ver si está ese olor aquí, ó si le traemos nosotros. ¿Está don Bernardino? Impaciente. Pues aún no han dado las doce. Es que el reloj de la honra adelanta siempre. Pues adelante. Adelante.
De repente, al oir uno de los nombres anunciados por el funcionario encargado de presentar á los que solicitaban audiencia, levantóse apresuradamente el príncipe y exclamó: ¡Por fin! Acercaos, Don Martín de la Carra. ¿Qué nuevas y sobre todo qué mensaje me traéis de parte de mi muy amado primo el de Navarra? Era el recién llegado caballero de arrogante figura y majestuoso porte.
"En mí teníades bien que hacer, y no haríades poco si me remediásedes", dije paso, que no me oyó. Mas, como no era tiempo de gastarlo en decir gracias, alumbrado por el Espíritu Santo, le dije: "Tío, una llave de este arte he perdido y temo mi señor me azote. Por vuestra vida, veáis si en esas que traéis, hay alguna que le haga, que yo os lo pagaré."
¿Y qué os dijo fray Luis de Aliaga? Nada. ¿Nada? Sí; sí, señora, me dijo algo: Desde ahora servís al Santo Oficio. Volved esta tarde. Como con el Santo Oficio no hay más que callar y obedecer, me fuí y volví esta tarde. El inquisidor general me dió una carta y me dijo: Llevadla al momento á la abadesa de las Descalzas Reales. ¡Ah! ¿traéis una carta para mí... del inquisidor general? ¿Dónde está?
Palabra del Dia
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