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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Agitado por mil sospechas contrarias, dominado por una cólera furiosa, movía entre sus trémulas manos las cartas, sin pensar en ellas, imaginando horribles venganzas contra su esposa y contra el... ¿Contra quién? ¿Cuál era el traidor? La duda encendía aún más su rabia. Lo que había visto era bien concluyente. Y, sin embargo, su pensamiento no podía apartarse del conde de Onís.

Entonces Eulalia, porque era ella, ha avanzado hacia , se ha apoderado de una de mis manos trémulas, y me ha dirigido palabras de consuelo.

La libertad de su hija, su derecho de madre, su felicidad, sólo estaban separados de sus manos trémulas, por las delgadas paredes de aquel cofre; ¡y tendría que dejarlo allí, que renunciar a toda esperanza y sucumbir bajo el peso de su impotencia! Pero no se dió por vencida aún. Acudió a la chimenea y tomó las pinzas de hierro.

Así y todo, como aquel recinto había albergado mi pensamiento, cuando llegué al antiguo vestíbulo, cuando el ruido de mis pasos resonando en los ecos de las capillas y del santuario y cuando las puertas trémulas crujieron girando con dificultad sobre sus goznes, con el corazón tan oprimido y con los ojos llenos de lágrimas, amargas y voluptuosas a la vez, atravesé los corredores resonantes y los patios devastados para llegar al pie de la escalinata de la terraza.

El estado del pobre niño inspiraría compasión a una fiera. Pálido el rostro como la cera y descompuesto, los ojos extraviados por el terror, los labios amoratados, las manos trémulas, todo su cuerpecito agitado por un intenso temblor, parecía realmente que iba a exhalar el último suspiro. Ya no hablaba, ya no imploraba como antes.

Sobre esta mancha azul la madeja luminosa del sol hacía brillar otra de plata poblada de luces trémulas y chispeantes que se extendía en línea recta hacia el Occidente.

La tía María y Stein atravesaron la turbamulta de criados y cazadores que rodeaban al enfermo. Era este un joven de alta estatura. En torno de su hermoso rostro, pálido pero tranquilo caían los rizos de su negra cabellera. Apenas le hubo mirado Stein, lanzó un grito, y se arrojó hacia él temeroso de tocarle, se detuvo de pronto y, cruzando sus manos trémulas, exclamó: ¡Dios mío, señor duque!

Perdone Su Ilustrísima el disgusto que le he causado, y olvídelo. Que la Virgen Santísima la proteja, hija mía. Rece una salve por , que bien la necesito respondió el prelado, dejándola pasar y mirándola con expresión de lástima hasta que traspasó la puerta. Salió aturdida, loca de vergüenza, con las manos trémulas y las mejillas encendidas.

Las damas, con las manos trémulas, los ojos brillantes, murmuraban a cada instante : "Qué original es todo esto!... ¡Cuánto me alegro de haber venido!... Ha sido un capricho magnífico el de Clementina". Y todas procuraban encontrar el equilibrio de espíritu charlando de cosas indiferentes. Mas no lo lograban. La idea de tener encima tanta tierra pesaba sobre su pensamiento y lo turbaba.

Media hora después, con la faz macilenta y alargada, el ojo triste, las rodillas trémulas y la respiración anhelosa, subía el pobre hombre hacia Peleches. El sobrepeso agregado por don Claudio a su cruz, se la había hecho insoportable. No podía vivir así.

Palabra del Dia

commiserit

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