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Actualizado: 15 de mayo de 2025
El oscuro caserón, sin perder su aspecto vetusto y misterioso, se trasformó por dentro en agradable morada. Pero el deshonorado militar se consumía, se secaba dentro de ella como un árbol sin luz y sin agua. Una melancolía profunda minaba su organismo, le arrugaba la piel, blanqueaba sus cabellos, debilitaba sus piernas y ponía trémulas sus manos.
Terminado el discurso, rectifica brevemente Pérez, y acto continuo el presidente concede la palabra a Gutiérrez, que con el rostro encendido, las manos trémulas y los ojos inyectados, comienza a gritar más que a decir su oración. «Señores académicos exclama: No es el cristianismo, no, como acabáis de oír, el que ha engendrado nuestra civilización. Todo lo contrario.
Nancy se detuvo bruscamente, porque Godfrey se quitaba el sombrero con las manos trémulas y se volvía hacia su mujer con el rostro pálido y la mirada extraña y fría como si la viera realmente, como si la viera desempeñando un papel en una escena que ella misma no viera. Nancy posó una mano sobre el brazo de su marido, no atreviéndose a seguir hablando.
Lo embargaba el temor de que la acusación de Godfrey fuera cierta y que su propia voluntad se elevara como un obstáculo ante la felicidad de Eppie. Durante algunos instantes permaneció silencioso, luchando consigo mismo, porque quería dominarse antes de hablar. Por fin, las palabras salieron trémulas de su boca: No diré nada más. Será como queráis. Habladle a la niña. Yo no quiero impedir nada.
Pálido, anhelante, con el cuerpo rendido a la fatiga y el alma deshecha de dolor, el P. Gil permanecía extendido en su pobre sillón. Tenía el libro abierto sobre las rodillas, los brazos pendientes, los ojos cerrados. Por los intersticios de sus pestañas comenzaron a rezumar algunas lágrimas, que bajaron trémulas y silenciosas por sus mejillas. Era la imagen triste del vencido.
Podía distinguir todos los objetos de su choza, pero su oro no estaba allí. Se llevó de nuevo las manos trémulas a la cabeza y lanzó un grito salvaje y estrepitoso, el grito de la desesperación.
El joven rompió a hablar con una violencia que en vano trataba de contener. La maldad del alma de uno y otro, el placer salvaje de hacer mal, de destruir una vida, de derramar sangre. La voluptuosidad de poner fin con la muerte al largo martirio que han infligido a esa infeliz. La voz le temblaba, sus manos también estaban trémulas, sus ojos estaban preñados de lágrimas.
Isidro se imaginaba los trabajos que estaría realizando la abuela con sus manos trémulas para extraer del escondrijo aquel tesoro famoso que Zaratustra husmeaba, sin llegar nunca a dar con él. Por fin salió, sucia de telarañas, con el pañuelo de la cabeza cubierto de briznas de paja. Llevaba en las manos un trapo blanco repleto de objetos.
Intercalaba trémulas palabras entre beso y beso. ¡Verse en sus brazos!... Una noche había soñado lo que ahora le estaba ocurriendo. Fue a continuación de la primera tarde en que se hablaron junto al piano.
Al anochecer, Barret, que estaba como anonadado, y tras la crisis furiosa parecía caído en un estado de sonambulismo, vió á sus pies unos cuantos líos de ropa y oyó el sonido metálico de un saco que contenía sus herramientas de labranza. ¡Pare!... ¡pare! gimotearon unas voces trémulas.
Palabra del Dia
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