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Actualizado: 5 de mayo de 2025


De repente sufrió un fuerte ataque de tos que intentó ahogar llevando el pañuelo a sus labios rojos como la grana. Y luego sintió que desfallecía; pareciole que la ventana huía delante de ella, que el suelo se hundía bajo sus pies, y tambaleándose llegó a la cama, cayó boca abajo sobre ella, estrechando convulsivamente contra su pecho el pañuelo y la zapatilla.

La novelista, a la luz de una vela, escribía Spiridón, la historia del monje que acaba por demoler todas sus creencias, y muchas veces cortaba su trabajo para correr al lado del músico y preparar sus tisanas, alarmada por la frecuencia de su tos.

Desaparecía en los últimos peldaños el extremo de las elegantes faldas, cuando sonó una tos que todos conocían en la casa. Era el tío que llegaba, anunciándose, como siempre, con un carraspeo que le cortaba las palabras, y que, según doña Manuela, sólo tenía por objeto el darse tiempo para pensar las contestaciones.

Hace días que las noto más flacas... ¿Sabes por qué no quieres ir más? ¿Quieres que te lo diga? Tenía las ventanas de la nariz contraídas, y su respiración acelerada le cerraba los labios. ¡Vamos! No seas... cálmate, que es lo mejor. ¡Es que te lo voy a decir! ¿Pero no ves que estás delirando, que estás muerto de fiebre? le interrumpí. Por dicha, un violento acceso de tos lo detuvo.

Desde que supo la cobarde y traidora intriga urdida para que sus bienes fueran a parar al fruto de los adúlteros, no levantó cabeza. Bebió el cáliz del dolor hasta las heces. Lo bebió con la sonrisa en los labios para no desmentir sus teorías, pero el veneno produce siempre su efecto; le abrasó las entrañas. La tos fue en aumento, los esputos sanguinolentos también.

Acordóse el tío Frasquito de Matilde y Malek-Adhel, y se sintió enternecido; la emoción le produjo un golpe de tos violentísimo, que fue necesario calmar con tres caramelos de malvavisco. Porque Jacobo había acudido a él de nuevo en demanda de auxilio y abiértole su corazón hasta lo más recóndito. Era singular lo que por él pasaba, y en vano había intentado explicárselo.

Volvieron a hablarse, pero completamente solos, en creciente intimidad, sin prestar atención a la orquesta, que ejecutaba su concierto nocturno de valses sin fijarse en las miradas curiosas de algunos paseantes que parecían tomar nota del repentino acercamiento de dos personas que hasta entonces nadie había visto juntas. Una tos seca y persistente hizo volver la vista a Fernando. Era Mrs.

¡Señor! gritó. ¿Ha aceptado usted mi hospitalidad para venir a envenenarme la casa?... ¿No sabe usted que ese nombre maldito no debe pronunciarse aquí? ¿No sabe usted que yo maldigo a ese bribón hasta en su tumba? ¿que maldigo a su progenitura, que maldigo a todos los que...? No pudo continuar; se ahogaba, y le acometió un violento acceso de tos.

Ella se presentó de repente, como si cayese de lo alto ó surgiera del suelo lo mismo que una aparición. Una tos, un leve ruido de pasos, y al volverse, Julio casi chocó con la que llegaba. ¡Margarita! ¡Oh, Margarita!... Era ella, y sin embargo tardó en reconocerla.

Luego hablan de , creyendo que soy quien le retengo en casa. ¡A paseo, tío! ¡A hablar de esas cosas que tanto le animan, y que los pobres oyen con la boca abierta! Tenga cuidado al subir los escalones. Despacito y con paradas, para que no le agarre el demonio de la tos. Gabriel pasaba las últimas horas de la mañana en la habitación del campanero.

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