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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Eran los tales dos gallegos crudos, mozos de letras gordas y de poca sindéresis, tan brutos como valientes, capaces de derribar a un toro de una puñada en el testuz y de clavarle una bala en el hueso palomo al mismísimo gallo de la Pasión; pero los infelices eran hombres de su época, es decir, supersticiosos y fanáticos hasta dejarlo de sobra.

Puede abrir la puerta á un toro de Veragua si gusta... De todos modos, gracias por el aviso, Gabino, y buena suerte. No era sincero aquel desprecio. La noticia le llegó al alma, porque si bien conocía las relaciones de su querida con Antonio, tenía por cierto que no habían alcanzado tal grado de madurez.

Los dos jinetes galoparon hacia el grupo de toros, y cerca de ellos detuvieron sus cabalgaduras, poniéndose de pie en los estribos, agitando en el aire las garrochas y dando fuertes gritos para asustarlos. Un toro negro y de fuertes piernas se separó del grupo, corriendo hacia el fondo del cerrado.

Por quinta vez, usted, cualquiera quien sea, responda decía el alcalde . ¿Con qué derecho ha matado usted de un pistoletazo un toro destinado a divertir al público? ¿Con qué derecho ha dirigido usted la palabra a una joven que mañana debe pronunciar sus votos santos e irrevocables? En una palabra, ¿quién es usted?

No acertaré á decir si debe su nombre á sus famosos olivares, que hacen de ella un verdadero monte de oro, ó al toro que sobre un monte campea en sus armas simbolizando sin duda la fortaleza de su sitio.

Hundió la cabeza en el vientre abierto, levantando sobre sus cuernos, como un harapo flácido, la mísera carroña, que esparcía en torno entrañas sueltas y excrementos. Cayó en el suelo el cadáver, quedando casi doblado, y el toro fue alejándose con paso indeciso.

Desde hacía mucho tiempo, no se había visto semejante fiesta; el toro, aún excitado por su triunfo, daba saltos espantosos, se encarnizaba contra los restos sangrientos del matador y del chulillo, y los jirones de aquellos desgraciados caían sobre los espectadores.

Se acercó por detrás del toro; y este joven, de delicada estructura y de fino aspecto, cogió de sus manos la cola de la fiera, y la atrajo a , como si hubiera sido un perrito faldero. Sorprendido el toro, se revolvió furioso y se precipitó contra su adversario, quien, sin volver la espalda y andando hacia atrás, evitó el primer choque con una media vuelta a la derecha.

Y yo te vi igualmente dijo Atilio , pero ibas impetuoso y con la cabeza baja, abriéndote paso lo mismo que un toro acosado. ¿Quieres saber quién es esta señora? ¿Te interesa?... Lubimoff levantó los hombros; pero su indiferencia era falsa.

La visita de la señora del maestro la llenaba de orgullo, pero sus inquietudes casi la hacían reír. No debía temer nada. Los de a pie se libraban siempre del toro, y el señor Juan Gallardo tenía mucho «ángel» para echarse de encima a las fieras. Los toros mataban poca gente. Lo terrible eran las caídas del caballo.

Palabra del Dia

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