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Actualizado: 11 de junio de 2025
Es necesario que la dejéis en el rizo. La dejaré... pero tomad vos las de mi madre... Después, don Juan, después. ¿Queréis oírme? Seguid, señora. Cuando os pregunte alguien que por qué herísteis á don Rodrigo Calderón, inventad una mentira razonable... pero si el rey os preguntase por un acaso... No pienso que tenga ocasión de hablarme.
Desocupadlo inmediatamente, y tomad casa fuera de Palacio». Triunfó la Reina, entregó Olivares la llave secreta que tenía de la cámara real y partió de Madrid, en apariencia con permiso para retirarse a su villa de Loeches, en realidad amenazado, si no se marchaba pronto, de que hiciera con él Felipe IV lo que su padre había hecho con Don Rodrigo Calderón.
Y, viendo don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: -Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza -que también tenía una lanza arrimada a la encima adonde estaba arrendada la yegua-, que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.
Buscad un veneno; cuando habéis venido aquí, ¿no habéis venido resuelto á obedecerme? Sí. Pues bien, tomad todo ese dinero, tomad más si es necesario. Ahí deben quedar sesenta doblones. ¿Habrá bastante? Sí; sí, señora. Pues tomadlos. El cocinero tomo maquinalmente el dinero y le guardó.
Tomad dijo el duque dándole una orden firmada por el rey ; presidente sois desde ahora de la real audiencia de Méjico. ¡Oh! ¡señor! ¡señor excelentísimo! dijo doblegándose todo el alcalde. Anteanoche me servísteis bien; pero aún os queda que hacerme un último servicio. Mandad, señor. En la calle de Don Pedro encontraréis un hombre muerto á hierro. ¿Y quiere vuecencia que se descubra?...
¡De modo que si esa dama con quien entretienen al príncipe don Felipe tiene tales conocimientos secretos, debe ser una bribona! No sé, no sé, excelentísimo señor; porque también hay damas y muy damas que se pierden por estos tunos. Tomad dijo el duque abriendo un cajón y sacando de él un estuche. ¿Y qué es esto, señor? Una gargantilla. ¡Ah! ¿Debo visitar á esa dama? Sí. ¿Y qué la he de decir?
Contad, hermano escudero, siete pies de tierra, y si quisiéredes más, tomad otros tantos, que en vuestra mano está escudillar, y tendeos a todo vuestro buen talante; que quemado vea yo y hecho polvos al primero que dio puntada en la andante caballería, o, a lo menos, al primero que quiso ser escudero de tales tontos como debieron ser todos los caballeros andantes pasados.
Tengo todavía en el bolsillo la carta de la madre Misericordia para el duque, y otra carta de la misma madre para vos. Dadme, dadme. Tomad, señor. El padre Aliaga abrió la carta dirigida á él, y encontró todo el fárrago que nuestros lectores conocen.
Si estuviéseis enfermos, ó hubiéseis tenido coito, tomad á falta de agua polvo limpio, y frotaos con él la cara y las manos.
Cuando ya sea hombre á lo menos. Hablad, señora. ¿Cuando sea hombre ocupará un lugar distinguido en la corte? Sí, señora. Se casará, le casaréis con una dama. Sí; sí, señora. Pues bien, esperad. La duquesa subió, y bajó á poco. Tomad. ¿Y qué es esto, señora? La herencia que doy á mi hijo; el aderezo que llevé puesto el día en que me velaron con el duque de Gandía. ¿Y bien?...
Palabra del Dia
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