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Actualizado: 4 de mayo de 2025


En todas partes parecía hermoso, dominaba a todos con su arrogante figura; allí, en el baile, debajo de aquella araña de cristal, que casi tocaba con la cabeza, era más elegante, más bizarro, más airoso que en cualquier otro sitio.

La hija del pecado no debiera tener bienes, ni honra, ni nombre siquiera, y todo esto conservará y de todo podrá gozar sin remordimientos, sin sonrojo. En la última parte de su discurso Doña Blanca estuvo hermosa, sublime como una pantera irritada y mortalmente herida. Se había puesto de pie. Al fraile se le figuraba que había crecido y que tocaba con la cabeza en el techo.

Pero así que se tocaba directa ó indirectamente á su orgullo, todas estas bellas cualidades se nublaban y se ofrecía á los ojos de quien no le conociese como un hombre feroz é intratable. Era menester que en todas partes hiciese el primer papel, y si no lo hacía, esto le causaba tristeza y le ponía sombrío.

De modo que ahora tocaba á los cristianos pagar con sus bienes los delitos que habian cometido los judíos ausentes ya del reino.

Luego Roque Guinart conoció que la enfermedad de don Quijote tocaba más en locura que en valentía, y, aunque algunas veces le había oído nombrar, nunca tuvo por verdad sus hechos, ni se pudo persuadir a que semejante humor reinase en corazón de hombre; y holgóse en estremo de haberle encontrado, para tocar de cerca lo que de lejos dél había oído; y así, le dijo: -Valeroso caballero, no os despechéis ni tengáis a siniestra fortuna ésta en que os halláis, que podía ser que en estos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase; que el cielo, por estraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados, suele levantar los caídos y enriquecer los pobres.

De modo que aunque la decepción hubiese sido grande, no conmovió profundamente mi tranquilidad por buen número de días. Me expandía en un ambiente simpático a todos mis gustos y me regocijaba al calor de mi felicidad, como un lagarto al resplandor del sol. Mi prima tocaba muy bien el piano.

A propósito de estas tertulias. En una de ellas, estando Leto de codos al balcón del saloncillo, mientras Nieves tocaba adentro una melodía de Schubert, se dejó llevar distraído de la impresión que le causaba siempre la buena música, y particularmente la que le era conocida, y acabó por seguir a media voz el canto de la melodía.

Bien sabía Dios que no había hecho nada por conseguirlo; antes, al contrario, le pesaba mucho cada vez que una de ellas se acercaba a su confesonario. Pero ¿qué le tocaba hacer? Nada más que confesarlas, pues era su obligación. Insistir mucho en que no variasen de confesor era conceder demasiada importancia a la cuestión de persona: no estaba dentro del espíritu del sacramento.

Buscando, pues, algo que le llenara la vida, encontró una flauta. Era una flauta de ébano con llaves de plata, que pareció entre los papeles de su suegro. El abogado del ilustre Colegio, a sus solas, era romántico también, aunque algo viejo, y tocaba la flauta con mucho sentimiento, pero jamás en público.

Unos ratos eran de silencio absoluto, otros flotaba sobre la atmósfera del sagrado recinto un murmullo apagado de rezos rápidamente dichos, y de cuando en cuando se oía hacia el exterior rodar de carruajes y tañer de campanas: hubo un momento en que, al levantar los que entraban el cortinón de la puerta, se oyó la música profana de un organillo que tocaba en la calle el brindis de La Traviata.

Palabra del Dia

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