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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Claro que los muchachos que se habían reunido en la cañada para presenciar el tiroteo se indignaron, y su indignación se hubiera manifestado por medio del sarcasmo, a no ser una cierta mirada en los ojos del socio de Tennessee, que indicaban una actitud muy poco favorable al holgorio.

En resumen, era un hombre grave, en quien dominaba el detalle práctico de ser desagradable en un caso de dificultad. Mientras tanto, el sentimiento público del Bar contra Tennessee se pronunciaba creciendo cada vez más.

Detrás de la negra silueta de los pinos, los balcones del viejo desván del correo se destacaban brillantemente iluminados, y al través de sus ventanas, sin cortinas, los desocupados podían ver desde abajo las sombras de los que en aquel momento decidían de la suerte de Tennessee, y por encima de todo esto, destacándose sobre el oscuro firmamento, se alzaba majestuosa la lejana sierra, coronada de un inmenso y estrellado firmamento.

Un vez depositado el cuerpo en la caja, el socio de Tennessee lo cubrió con una tela embreada, montó gravemente en el estrecho pescante delantero, y con los pies sobre las varas, arreó al jumento, avanzando el vehículo lentamente, con aquel paso decoroso que, aun en circunstancias menos solemnes, es habitual a tan inteligentes cuadrúpedos.

Pero, desde el fatídico día, aquella salud y enorme fuerza parecieron declinar visiblemente, y entrada ya la estación de las lluvias, cuando las hojillas de hierba comenzaron a asomar por entre el pedregoso montículo que cubría la tumba de Tennessee, se dejó vencer por la enfermedad. Metiose en cama.

Revestido de dignidad el socio de Tennessee dijo pausadamente: Digan; cuando un hombre ha estado corriendo en libertad todo el día, ¿qué es natural que haga? Pues volver a casa. Pero si no puede volver a casa por mismo, ¿qué es lo que debe hacer su mejor amigo? ¡Claro que traerle a ella! Y aquí tenéis a Tennessee que ha estado corriendo en libertad y de sus peregrinaciones lo traemos al hogar.

Después de haber estrechado con afectada cordialidad la mano de cuantos estaban en el salón, enjugó su seria y perpleja cara con un pañuelo rojo de seda menos oscuro que su tez, apoyó su robusta mano sobre la mesa, y se dirigió al jurado con suma gravedad, diciendo: Pasaba por aquí, y se me ocurrió entrar a ver cómo seguía el asunto de ese Tennessee, mi socio y compañero. ¡Uf, que noche más sofocante!

Y yendo directamente al grano de la cuestión, esto es lo que hay: Tennessee la ha jugado muy pesada y muy cara contra un forastero y contra este campamento. Y como haciendo un esfuerzo de sinceridad, continuó: Y ahora, ¿qué es lo justo? Y acompañando la palabra a la acción y antes de que mano alguna se pudiese levantar para evitarlo, había vaciado ya sobre la mesa el contenido del saco de viaje.

El socio de Tennessee la estrechó entre las suyas largo rato. Como pasaba por casualidad dijo, entré sólo por ver cómo seguían las cosas. Dejó caer después pasivamente la mano que le había tendido, y añadiendo que la noche era calurosa, se enjugó de nuevo la cara con el pañuelo, y sin más, se retiró del local. Aquellos dos hombres no se encontraron ya jamás en la vida.

Digo esto, porque en Red-Dog estas armas y el dinero que lleva consigo podrían ser una tentación para los mal intencionados. Me parece que tengo ya sus señas en San Francisco, y haré lo posible por visitarle. Aquí podemos decir de paso que Tennessee poseía una verbosidad humorística, que ninguna preocupación comercial podía dominar en absoluto. Tal suceso fue su última hazaña.

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