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Actualizado: 30 de junio de 2025


A eso voy dijo el socio de Tennessee; vengo aquí como su socio, pues lo trato desde hace cuatro años, en la comida y bebida, en el mal y en el bien, en la fortuna y en la desgracia. Sus caminos no son siempre los míos; pero no hay en ese joven cualidad, no ha hecho calaverada que yo no conozca.

Y ustedes le echan el anzuelo y lo pescan a él. ¡Tantos a tantos de triunfos! Apelo a su sano criterio y a la recta conciencia de este alto tribunal, para que diga si es esto así o no... Preso dijo el juez, interrumpiéndo de nuevo, ¿tiene usted alguna pregunta que hacer a ese sujeto? ¡No, no! continuó rápidamente el socio de Tennessee. Esta partida me la juego yo solo.

El poco experto defensor de Tennessee no se encontraba en el grupo que rodeaba el lúgubre árbol; pero cuando los asistentes nos volvimos para dispersarnos, atrajo nuestra atención la presencia de un carrucho tirado por un burro y parado en el borde de la carretera.

A pocos metros de la cabaña, se extendía un inculto cercado que, en los cortos días de felicidad matrimonial del socio de Tennessee, había servido de jardín, pero que, en aquel entonces, disfrutaba de una exuberante vegetación de helechos y hierbas de todas clases.

Poco se supo de su felicidad matrimonial hasta que Tennessee, que vivía entonces con su socio, tuvo un día ocasión de decir por cuenta propia algo a la novia, que «la hizo sonreír no desfavorablemente», retirándose ésta hacia Marisvilla, a donde la siguió Tennessee y donde pusieron casa, sin requerir la ayuda de ningún funcionario judicial.

Por último, la culpa de Tennessee se hizo patente: un día alcanzó a un forastero en el camino de Red-Dog; éste contó después que Tennessee lo acompañó distrayéndolo con interesantes anécdotas y recuerdos, pero que con poca lógica terminó la entrevista con la siguiente arenga: Permítame, joven, que le moleste pidiéndole su cuchillo, sus pistolas y su dinero.

El socio de Tennessee sobrellevó sencilla y pacientemente, según su costumbre, la pérdida de su mujer; pero la sorpresa de todo el mundo fue cuando, al volver un día Tennessee de Marisvilla sin la mujer de su socio, porque ella, siguiendo su costumbre, se había sonreído y marchado con otro, el socio de Tennessee fue el primero en estrecharle la mano y darle afectuosamente los buenos días.

La carreta estaba parada ya delante del cercado, y rehusando el socio de Tennessee las ofertas de auxilio, con el mismo aire de confianza que había demostrado en todo, cargó con la caja y la depositó, sin auxilio de nadie, en la poco profunda fosa.

Tomó el sombrero y saludando al Jurado iba a retirarse, cuando el juez llamole: Si algo tiene que decir a Tennessee, haría usted mejor en comunicárselo ahora mismo. Los ojos del preso y los de su extraño abogado se encontraron aquella noche por primera vez. Tennessee mostró sus blancos dientes con franca sonrisa y diciendo: ¡Partida perdida, viejo! le tendió la mano con efusión.

El procedimiento contra Tennessee se llevó tan lealmente como era de esperar de un juez y de un jurado que se sentían hasta cierto punto obligados a justificar en su veredicto las irregularidades del arresto y primeras diligencias. La ley de Sandy-Bar era implacable, pero no se inspiraba en la venganza.

Palabra del Dia

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