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Actualizado: 24 de julio de 2025


Y el demonio me prestó, sin duda, el poder sobrenatural y los medios de seducción casi irresistibles, con los cuales tendí a usía mis infernales redes, donde por vez primera logré que usía cayese, para insultarle y maltratarle luego con infamia. Y más vale así, porque peor hubiera sido que hubiésemos caído ambos en más honda sima y en pecado más grave.

Como venía cansado, bien pronto comencé a bostezar; me tendí sobre el lecho, envuelto en mis pieles, hice la señal de la cruz y me dormí pensando en los brazos blancos de la generala y en sus ojos verdes de sirena. Sería la media noche, cuando me despertó un rumor lento y sordo que envolvía la barraca, como un fuerte viento en una arboleda o una mar gruesa batiendo un paredón.

El rey Rodolfo cualesquiera que fuesen sus faltas, sabía hacerse amar de sus subditos. Por breves instantes no me atreví a hablar ni disipar la ilusión del pobre joven. Pero el viejo Sarto no era de los que se conmovían y dando palmadas exclamó: ¡Bravo, joven! ¡Cuando digo yo que todo marchará a pedir de boca! Tarlein nos miró atónito y yo le tendí la mano. ¡Estáis herido, señor! exclamó.

Todas las otras personas presentes estaban en pie, excepto el tunante de Tarlein, que arrellanado en un sillón galanteaba a la condesa Elga. Al entrar yo se levantó de un salto, mostrando tanto respeto hacia como indiferencia hacia el Duque. No era extraño que éste no le tuviese buena voluntad. Tendí la mano a Miguel, que la estrechó, y le di un abrazo.

Muy poco más duró nuestra conversación. Al despedirme, tendí la mano á aquéllos heroicos y honrados marineros, y dije al moribundo Alcides del Cabildo de Abajo: Hasta la vista, amigo. Y ¿por qué no, tiña! me respondió, dando á mis palabras mayor alcance del que yo les había dado. Mareantes sernos todos de la mar de acá, y en rumbo vamos del mesmo puerto.

Tendí al anciano mi mano, que apretó con fuerza y nos separamos. Vuelto al pequeño cuarto, que ocupo bajo el techo de esta casa, que ya no me pertenece, he querido probarme á mismo que la certidumbre de mi completa ruina no me sumergía en un abatimiento indigno de un hombre.

Me tendí sobre la grama y rehice en mi imaginación todo el paseo de la víspera, que es de aquellos que no se hacen dos veces en el curso de la vida más larga. Sentía que si se me ofreciera segunda vez una fortuna parecida, no tendría ya el mismo encanto de imprevisión, de calma, y para terminar la palabra, de inocencia.

En vano me empeñé en transmitir al papel las impresiones que en produjo aquella carta; en vano luché por expresar la emoción de mi alma hondamente conmovida, la emoción sublime que señoreada de mi espíritu anudaba mi lengua, humedecía mis ojos y paralizaba mi pensamiento. Desalentado, rendido de cansancio, me tendí en el lecho.

Prometiles ir más tarde al café de Silverio, engolosinándolas con empalmar la juerga a mis expensas. Por supuesto, que lo hice. ¡Buena gana tenía de gastarme las pesetas neciamente! Era ya noche cerrada, pero no habían sonado las nueve. Fui a mi cuarto, y para esperar la hora de la cita con Gloria, me tendí un poco sobre la cama a reposar, que harto lo necesitaba.

Comprenda bien, Mabel, que no deseo hacer méritos por lo pasado, ahora que su padre no existe y se encuentra usted sola. Comprenda también, desde el principio, que al tenderle mi mano lo hago como amigo sincero, lo mismo que lo haría con Reginaldo, mi antiguo condiscípulo y mejor amigo, y que, en adelante, defenderé sus intereses como si fuesen los míos propios. Y, entonces, le tendí mi mano.

Palabra del Dia

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