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Actualizado: 12 de junio de 2025


Así que las palomas del tejado le divisaron en medio del patio abrieron las alas repentinamente y vinieron a posarse sobre él transformándole en informe estatua de nieve. Reynoso no recibió aquella acostumbrada caricia con la benevolencia de otras veces. El peso de su culpa le hacía atrabiliario. ¡Quitad, quitad! ¡Fuera!

Al lado del camino, su aspecto exterior era el de una simple casa de campo, construida a la entrada de un bosquecillo. Como en la mayoría de las casas de campo, su segundo piso era mucho más pequeño que el primero. El tejado era muy alto, y tenía la forma de un hacha invertida. Los días de fiesta, para alegrar a los enfermos, se izaba en él una bandera nacional.

Y abriendo los brazos como aspas de molino y sacudiendo puntapiés a un lado y a otro las rechazó groseramente. Herida la susceptibilidad de las cándidas palomas por aquel insólito recibimiento, se escaparon nuevamente al tejado. Algunas más zalameras que persistieron en querer picotearle la cabeza, fueron llamadas a la dignidad por sus compañeras y no tardaron también en remontar el vuelo.

Recibiéronme con la mayor alegría del mundo, diciendo que para qué les tenía escondido el ser señor de Valcerrado y Villorete. Diéronme el recado. Con esto, la muchacha se remató, codiciosa de marido tan rico, y trazó de que la fuese a hablar a la una de la noche por un corredor que caía a un tejado donde estaba la ventana de su aposento.

Para que la personificación fuera completa, salía del balcón una viga destinada a sujetar la cuerda de tender ropa, y con tal accesorio la casa con rostro estaba fumándose un cigarro puro. Su tejado era en figura de gorra de cuartel y tenía una ventana de bohardilla que parecía una borla. La chimenea no podía ser más que una oreja.

Había encontrado al hermano Vicente, aquel santo loco que repartía papelillos católicos y propagaba la religión en las afueras. Vivía en las inmediaciones de la plaza de la Cebada. Isidro había subido a la habitación, un piso cuarto, bajo el tejado, pero con piezas de sobra para el hermano Vicente y los viejos mamotretos de su biblioteca. Vivirían con él.

«¿A que no me aciertan ustedes en dónde estoy? dijo el pobre demente . Me he caído del Cielo sobre un tejado. ¿Qué hace mi mujer ahí que no viene en mi socorro?». Pues señor, ¡bonita noche! repetía doña Lupe, echando un suspiro por cada palabra. Intentaron acostarle. Pero no fue posible. Se les escapaba de las manos, con viveza de niño, que a veces parecía agilidad de mono.

Las galerías altas, generalmente, estaban formadas por pilares de madera con grandes zapatas que recibían el tejado de gran vuelo, y con barandas ó antepechos también de madera, de mármol ó de ladrillo, siendo muy análoga la decoración de las salas altas con las de la planta baja. Como ejemplos de los últimos podrían citarse los patios de Sta. María de la Rábida y de San Isidoro del Campo.

En la Plaza Nueva, en una rinconada sumida ya en la sombra está el palacio de los Ozores, de fachada ostentosa, recargada, sin elegancia, de sillares ennegrecidos, como los del Casino, por la humedad que trepa hasta el tejado por las paredes. Al llegar al portal Ana se detuvo; se estremeció como si sintiera frío.

Todo reposa; en la techumbre pían los pájaros; el sol vívido marca sobre una de las paredes blancas el dentelleo de un tejado; suena una campana lejana... Es preciso comer. Retorno al zaguán. Y entonces grito más fuerte que antes, doy grandes golpazos, levanto la cortina de un cuarto.

Palabra del Dia

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