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Se acaloró el debate. Celedonio defendía las costumbres de la Iglesia primitiva; Bismarck estaba por todos los esplendores del culto. Celedonio amenazó al campanero interino con pedirle la dimisión. El de la tralla aludió embozadamente a ciertas bofetadas probables pa en bajando. Pero una campana que sonó en un tejado de la catedral les llamó al orden.

Había recibido una sacudida violenta; pero la impresión había sido tan repentina que aun no podía darse cuenta exacta de si era de placer o de pena. Se parecía al hombre que se ha caído de un tejado y se palpa para saber si está muerto o vivo. Mil reflexiones rápidas atravesaban confusamente su espíritu, como las antorchas que cruzan un campo sin disipar las tinieblas.

4 Y viniendo ellos a Jesús, le rogaron con diligencia, diciéndole: Porque es digno de concederle esto; 5 que ama nuestra nación, y él nos edificó una sinagoga. 6 Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estuviesen lejos de su casa, envió el centurión amigos a él, diciéndole: Señor, no te incomodes, que no soy digno que entres debajo de mi tejado;

La misma idea que había tenido de pedir al carcelero una habitación en lo alto de la casa, para poder desde allí ver el tejado de la suya, la había tenido mi madre de subir con frecuencia al desván de su casita y sentarse allí a contemplar a través de su dolor y con los ojos humedecidos por el llanto, los muros de la prisión que retenía aquello que tanto amaba en el mundo.

Todas las casas que veía se le antojaban la villa Dandolo, pues en realidad se parecen mucho unas a otras en la isla. Cuando el cochero le señaló un tejado de pizarras oculto entre los árboles, se apretó el corazón con ambas manos. Consultaba con gran atención la fisonomía del paisaje para ver si le anunciaba la gran noticia que ardía en deseos de conocer.

Cuando terminó aquel estado y cobró el conocimiento, hallose tendido boca abajo en el suelo del oscuro desván. Puso atención a los ruidos de abajo y le pareció que se alejaban. Arrastrándose trató de subir al tejado y salió al fin aunque con dificultades, porque le dolía una rodilla y movía muy mal el brazo derecho.

Hasta se parecía un poco a don Carlos. Aquel sol de Febrero, promesa de primavera; aquel ambiente fresco que convidaba a la actividad, al movimiento; aquellos martillazos, aquellos silbidos, aquellas nubecillas ligeras que cruzaban el cuadrado azul a que servía de marco el alero del tejado... todo aquello edificaba». «¡Aquella era su casa, allí era ella la reina, aquella paz era suya!». Al dejar el martillo para coger la sierra don Víctor vio a su mujer.

Al cruzar por delante de una de las ventanas del gabinete, la niña lanzó un grito de sorpresa y alegría: ¡Mira, mira, Ricardo!..., ¡mira dónde está el Menino! El joven se abalanzó a la ventana, y vio sobre el tejado de la casa, no a mucha distancia, dando brinquitos de satisfacción, muy orondo y espetado, al Menino en persona.

Un bando prodigiosamente grande de palomas vino a posarse sobre el tejado de la casa. Este quedó blanco como si una copiosa nevada hubiese caído sobre él. Las palomas todas, sin fallar una, eran blancas. En la pared enjalbegada de la casa, encima del amplio corredor con rejas de madera se abría un ventanillo que daba acceso al palomar.

Allá, en el tejado, ágiles y voluptuosos, disponiendo de la casa del hombre y del cielo azul, se ríen de toda aquella muchedumbre pendiente de las patas de los caballos, inferiores a la ligereza de sus alas.