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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Luego cesaron los gemidos de Marta. Había dejado caer la barba sobre el pecho y sus ojos estaban medio cerrados. Casi se habría podido creer que dormía; pero continuaba divagando y marmoteando. Un gran silencio reinó en el dormitorio débilmente alumbrado. No se oía más que un ligero silbido del viento contra la ventana y el ruido de los ratones que corrían entre los tirantes del techo.
La impaciencia con que el Rey le esperaba se calmaría de fijo al ver las adquisiciones que durante el viaje había hecho por su cuenta, pues además de muchos moldes o hembras, como entonces se decía, para vaciar estatuas clásicas, le trajo algunas pinturas de mérito sobresaliente: el hermosísimo cuadro de Venus y Adonis , de Pablo Veronés, y La purificación de las vírgenes madianitas cuya composición y forma oval dicen claramente ser para un techo; y el boceto del Paraíso , ejecutado con igual objeto y destinado a la sala del Gran Consejo de Venecia, obras ambas del Tintoretto.
Miguel siguió esta corriente. Se vió en una pieza enorme, de techo altísimo. En uno de sus lados se abrían cuatro grandes balcones sobre las terrazas y el Mediterráneo. A causa de la guerra estaban cubiertos con unas telas obscuras para ocultar la luz interior. El muro de enfrente lo llenaban varios espejos gigantescos.
Pero a nosotros nos basta la esperanza de hallar alguna simpatía en el corazón de una madre, bajo el humilde techo del que sabe poco y siente mucho, o en el místico retiro de un claustro, cuando decimos que por nuestra parte creemos que siempre ha habido y hay para las almas piadosas y ascéticas, revelaciones misteriosas, que el mundo llama delirios de imaginaciones sobreexcitadas, y que las gentes de fe dócil y ferviente miran como favores especiales de la Divinidad.
Era más grande que el suyo; el techo más alto, y sobre todo, en vez del tragaluz redondo, tenía ventana, una verdadera ventana como las de las construcciones terrestres. Saltó sobre el diván para sentarse en el alféizar de ella, sacando parte de su cuerpo fuera del buque.
Sentí un poco de temor; pero mi gran resolución me había llenado de tal alegría, que no había ya lugar en mí para una inquietud. ¿Quieres servirte tú mismo? Mientras tanto iré a verla. Cuando entré en la habitación, la encontré en la misma posición en que la había dejado por la mañana, y, acercándome a la cama, vi que tenía los ojos muy abiertos y miraba fijamente el techo.
Las paredes, los tabiques, el techo, todo temblaba incesantemente por las sacudidas de la fuerza oculta.
Y al encontrarle de nuevo en Munich bajo el mismo techo, había sentido que la suerte estaba echada y era inútil luchar por desprenderse de esta atracción. Febrer se examinó con irónica curiosidad en el espejo de su cuarto. ¡Lo que una mujer es capaz de descubrir!
No la he visto hace un siglo... ¡ni ganas! respondió con reprimido acento de cólera, puestos los ojos en el techo. Soledad le contempló fija y severamente largo rato; luego, alzando los hombros, hizo una leve mueca de desdén. Manolo adivinó esta mueca sin verla y volviendo su rostro turbado: Dispensa, hija; no puedo remediarlo... Tu madre me ha hecho mucho daño. ¡Qué niño eres, Manolo!
Se esparcía el ruidoso grupo por el último piso como las más horrendas invasiones de la Historia. Gatos y ratas huían por igual á los rincones. Los pájaros, despavoridos, salían como flechas por los tragaluces del techo.
Palabra del Dia
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