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Actualizado: 11 de julio de 2025


Aunque me buscase el mismísimo príncipe de Asturias, le diría que no. Ya tengo a mi Isidro, que es para esta pobrecita mucho más que los príncipes y los reyes. ¡Si supieras qué celos me daba una compañera de taller cuando decía que, aunque feo, eres simpático!... Terminada la cena, devoraron los dulces y bebieron las últimas gotas de vino.

Hallábase Mariano a la sazón a punto de consumar su sabiduría en aritmética parda; se le había desarrollado ya el genio de los cálculos, el furor de la adquisitividad, y las facultades obscuras de la adaptación, del disimulo y de la doblez. Después de aquella noche en que le dejamos arrinconado en el banco del recibimiento, asistió de nuevo con puntualidad al taller. Trabajaba por hipocresía.

Poco a poco fue el marqués volviendo a sus antiguas costumbres, frecuentando el taller de Jacques, donde encontraba casi siempre a Beatriz, sobre todo durante las sesiones para el retrato de miss Nicholson, con cuya amable persona había intimado mucho la mujer del pintor.

El buen sentido femenil le hizo despreciar tales preocupaciones, y una noche, al regresar Maltrana a su casa, vio la habitación llena de corsés blancos y modestos, corsés de pobre, que Feli había recogido en el taller. Pasaba las horas con el busto inclinado sobre su enorme vientre, en el que descansaban los armazones de lienzo.

Se besaron, y la vizcondesa se alejó. Beatriz subió a las habitaciones de su marido para vigilar los preparativos del viaje. La doncella le participó que Fabrice había ido a París, pero que volvería para comer. La mujer del pintor pasó el resto del día vagando por el jardín. Hacia la noche entró en el taller.

Aquí enfrente están las máquinas de lavado, que no trabajan sino de día; a mano derecha está el taller de composturas y allá abajo, a lo último de todo, las oficinas. En efecto; el lugar aparecía a los ojos de Golfín como lo describía Marianela.

El acto comenzaba por un preludio de la orquesta, dignamente dirigida por el señor Anselmo, ebanista de la villa. Había otros cuatro o cinco muchachos aprendices, que acompañaban. El señor Anselmo, en vez de batuta, tenía en la mano para dirigir una enorme llave reluciente, que era la de su taller. El preludio era muy triste y temeroso; como que estábamos en el infierno.

Al abandonar la sala entró el marqués en el taller de Jacques, quien no pudo reprimir, al ver a su antiguo amigo, un movimiento de sorpresa y de embarazo.

¿Verdad, Mario, que no has pedido dinero? ¿que es esta manirrota la que se vale de tu nombre para sacarme los cuartos? El pobre no se atrevía a contradecirla y se resignaba a andar con el bolsillo vacío. Hubo necesidad de dejar la guardilla que le servía de taller.

Dicen que le encontraron con la cabeza apoyada en las manos, seco, rígido y sin sangre. No puedo pintarte el horror que me causó lo que vi. Le habían incorporado en el asiento. Toda la pechera de la camisa estaba manchada de sangre, la barba llena de cuajarones... los ojos abiertos. De la puerta me volví, y no cómo llegué al taller, porque me iba cayendo por el camino; tal impresión me hizo.

Palabra del Dia

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