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Actualizado: 11 de noviembre de 2025
¿Y Pecado? En el taller... Dios le tenga allá...». Aquel día, aunque era festivo, el soguero tenía trabajo hasta las doce. No había querido ir Mariano; pero su severa tía le cogió por una oreja, y... ¡Valiente holgazán! «¿Y Pecado? volvió a preguntar el Majito. Te digo que está en el trabajo... No te montes sobre la tinaja. Si me la rompes, vas a ver. ¡Eh, eh!
Usted me dispensará... Yo buscaba a una tal Paca..., una operaria de la fábrica, ¿sabe usted?... Necesito con mucha urgencia darle una noticia... Si usted me hiciese el favor..., yo le agradecería en el alma. ¿Qué favor quiere usted que le haga? Hacer que salga para que pueda decirle no más de dos palabras. ¿Cuál es su apellido y en qué taller trabaja?
El Provisor hizo un gesto de paciencia y salió tras ella. «No era todavía hora de cenar, faltaban más de cuarenta minutos... pero ¿quién se lo decía a ella?». Doña Paula se sentó junto a la mesa, de lado, como los cómicos malos en el teatro. Junto al cubierto de don Fermín había un palillero, un taller con sal, aceite y vinagre. Su servilleta tenía servilletero; la de su madre no.
Nada sabía; su tía le hablaba poco de Dios, y el maestro de escuela le había dicho sobre el mismo tema mil cosas huecas que nunca pudo comprender bien. Las nociones de su tía y las palabras del maestro se le habían olvidado con el penoso trabajo del taller de sogas y aquella vida errante de juegos, raterías y miseria. Sin saber cómo, este orden de ideas llevole a reconocerse culpable.
Uno de esos grandes artistas, de esos creadores, de esos personajes de la historia; uno de esos grandes obreros del gran taller, del taller cristiano, es el modesto, el retirado, el humilde, el glorioso Horacio Vernet.
Sí, era obra suya aquel fanatismo deslumbrador; aquella rubia era la perla de su museo de beatas; pero todavía estaba en el taller. Cuando aquel vestido gris, que no tapaba los pies elegantes y algo largos, y dejaba ver dos dedos de pierna de matrona esbelta, llegase al suelo, la maravilla de su estudio saldría a luz, el público la admiraría y para sí la guardaría la Iglesia.
Como resultado de estas relaciones, empezó el marqués a frecuentar el taller de su nuevo amigo, haciéndose desde este momento el apologista de su talento en la buena sociedad, talento todavía o ignorado, o discutido.
Quedamos en que recomendarás a tu suegro mi pleito. Quedamos en que es inútil. Bobalicón. Serpiente de cascabel, abur». Después que se fue Miquis entró Mariano, que buscaba a su hermana para que le proveyese de fondos. Tan lejos estaba de encontrar allí a su maestro, que al verle se desconcertó, porque hacía una semana que no aparecía por el taller. Levantose contra él una tempestad de censuras.
Para acabar añadió Fabrice , creo que no tengo que imponerte un plan de conducta durante ese breve período;... Supongo que no olvidaréis ni tú ni el marqués de Pierrepont el respeto que se debe a un hombre cuyos días están contados. Y, una vez pronunciadas estas palabras, la dejó dirigiéndose al taller.
Amparo me miró con una profunda y grave atención, y me preguntó: ¿Y qué ha pensado usted? He pensado, primero, en que la posición en que te encuentras es muy precaria. He nacido pobre, me contestó con altivez; mi porvenir es el trabajo; acaso con mucha aplicación y alguna suerte podré adelantar; tener dentro de algunos años un taller mío. ¿Y las enfermedades?
Palabra del Dia
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